Mujeres afros quieren registrar su marca de productos de cacao
El cacao y la harina de plátano son la materia prima de sus elaboraciones artesanales
Las 27 integrantes de la Asociación de Mujeres Afroecuatorianas Timbiré en el Futuro (Amatif ), tramitan el registro de su marca ante el Servicio Nacional de Derechos Intelectuales (Senadi).
Con la obtención de su marca aspiran a competir en mercados del país, con la venta de pasta cacao, balsámico de cacao y harina de plátano, productos cultivados en la población de Timbiré, norte de la provincia de Esmeraldas.
La producción de pasta de cacao de 60 g bordea las 200 barras semanales, mientras que la de vinagre balsámico o aderezo, en presentaciones de 200 y 500 ml, es de 200 botellas. La producción de harina de plátano supera las 200 libras, en el mismo periodo.
El boceto de la marca se hizo con el apoyo de la Escuela de Diseño Gráfico de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador Sede Esmeraldas, que recoge elementos locales para dar identidad al producto.
Mientras se avanza con el registro, en Timbiré se construye una planta procesadora de cacao y harina de plátano. Su equipamiento consta de un molino eléctrico, tostadora, mesas metálicas, descascarilladora y otros equipos destinados al procesamiento del cacao. Además, hay un área para la postcosecha, que implica la construcción de tendales, cajones para fermentado y cocción del balsámico. Para ello se realizó una inversión de USD 36 000, financiados por organismos externos.
Con la implementación de la planta, se producirán unas 1 000 barras de cacao, 300 litros de aderezo de chocolate para salsas, carnes y asados y se mejorará la cadena de producción de harina de plátano.
“Una segunda etapa de nuestra planta la financiaremos con aportes de la Prefectura de Esmeraldas”, asegura Lorena Valdez, presidenta de la Aso
Las emprendedoras
Una propuesta es el cuidado del ambiente mediante el no uso de envolturas plásticas en sus productos. ciación de Mujeres Afroecuatorianas Timbiré en el Futuro (Amatif ). Las emprendedoras tienen un vivero de 15 000 plantas de cacao para las fincas productoras de la pepa. Las 27 socias cuentan con un promedio de 3 hectáreas destinadas a la siembra de cacao.
Cada raza, etnia, cultura o sociedad tiene sus rasgos específicos que la distingue; que la perpetúa y la hace única. Todo conglomerado humano -grande o chico- tiene, asimismo, sus símbolos particulares, sus tótems, sus plantas milagrosas. Sus cosmovisiones propias. Sus cielos y sus infiernos.
Una de esas reliquias y una de esas panaceas son, precisamente, las piedras basales en las que se asienta la novela de Ney Yépez.
‘El secreto de la reliquia sagrada’, publicado por Eskeletra Editorial, es un corto pero intenso y potente relato que tiene por protagonistas principales la jungla amazónica del Yasuní y sus residentes ancestrales, los taromenanes, quienes junto a los tagaeris son las dos últimas tribus huaoranis no contactadas.
¿El argumento? La defensa de los taromenanes de uno de sus bienes más preciados, una planta mágica que cura casi todo y que quiere ser usurpada por uno de los consorcios farmacéuticos más poderosos del orbe, que sueña con forrarse los bolsillos con su producción.
El atraco es impedido por el yachay o uwishin de la tribu con la ayuda del biólogo Zuco Lema, la reportera Candelaria Nieto y otros incondicionales con la pausa del planeta, como el activista indio Arif Paarek. Saca a la luz personajes atemporales como Wayra, un ancestral kuraka otavaleño que se viste de aya huma cuando quiere desaparecer a la vista de todos y al son de la melodía pentafónica de su flauta mágica.
La protección de esa maravilla vegetal amazónica solo puede realizarse eficazmente si se utiliza la reliquia sagrada de la tribu, una roca singular que es para los huaorani como la piedra filosofal era para los filósofos y alquimistas del medioevo; una roca todopoderosa cuya función primordial es la preservación de la etnia.
La vorágine que resulta de esa búsqueda frenética llega a latitudes como la Isla Santacruz en Galápagos, las montañas ecuatorianas, los recintos colombianos en manos de las guerrillas y hasta la campiña italiana.
El final feliz del relato es, también, un desahogo para los optimistas y para este mundo tan amenazado. Una tierra enferma que sobrevive, aunque no se sabe por cuánto tiempo.