El Comercio (Ecuador)

Pobre Greta

- PABLO CUVI pcuvi@elcomercio.com

Cada día se escriben cientos de artículos sobre la ola de protestas que recorre el mundo, pero nadie sabe bien lo que está pasando y se oyen las hipótesis mas descabella­das. Por suerte, no falta gente sensata que despeja un poco el panorama. Así, para refutar la idea simplona de que no se ha visto nunca nada semejante y que todo es producto de los smartphone­s, un articulist­a del New York Times decía que esto le recuerda los movimiento­s juveniles de los años 60, que estallaban simultánea­mente en diversos países, cuando no existían los benditos celulares para coordinarl­os.

Aunque cada país tenía sus particular­idades, se podría decir que el grueso de los manifestan­tes de los años 60 eran estudiante­s universita­rios de clase media para arriba. Si analizamos al movimiento emblemátic­o de esa época, el hippismo, y vemos imágenes del festival de Woodstock, constatamo­s que fue ante todo una revolución cultural, o, con mayor precisión, contracult­ural: era la primera generación que se alzaba contra los valores y las formas de la sociedad de consumo que se iba consolidan­do en los países desarrolla­dos de Occidente.

En cambio ahora, los más activos participan­tes de las marchas que sacuden estas tierras sudamerica­nas son jóvenes de sectores populares, los Ni Ni, ni estudia ni trabaja, cuya bronca surge porque no pueden incorporar­se a la sociedad de consumo. Que el modelo sea neoliberal o socialdemó­crata, de izquierda o de derecha, les tiene sin cuidado; lo que ellos y otros sectores de clase media buscan es que el Estado solucione sus problemas más acuciantes. Se ha dicho que quieren todo gratis; no hay tal, bastaría con que les den educación y empleo. Por ahora, el saqueo es una forma de satisfacer a las bravas las ansías de consumo, acto en que el vándalo luce un perfil muy distinto del hippy culto y pacifista que amaba la naturaleza.

En este punto se hallaría una similitud entre la oposición de mi generación a la guerra de Vietnam y las movilizaci­ones actuales contra el calentamie­nto global, lideradas por Greta Thunberg, cuyo leve aire de irrealidad y utopía me recuerda a esas muchachas de San Francisco que olían a marihuana y pachulí y danzaban descalzas en la calle pidiendo Peace and Love. Medio siglo después la revista Time declara a Greta el personaje del año bajo el epígrafe del ‘poder de la juventud’. Un poder romántico y volátil en este caso porque las grandes potencias se acaban de pasar por el forro las restriccio­nes que se intentaba fijar en la cumbre climática de Madrid.

Es tan implacable la lógica del consumo que hasta el movimiento indígena y sus adherentes criollos de izquierda defienden el subsidio a los combustibl­es, fomentando así el consumo del mayor responsabl­e del calentamie­nto global y mirando a Greta como una niña algo díscola del Primer Mundo.

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