El Comercio (Ecuador)

Un país que agoniza

- Fabián corral B. fcorral@elcomercio.org

Hay un país que agoniza entre la mediocrida­d, la corrupción y la politiquer­ía; agoniza porque la ley no se cumple, porque las institucio­nes no funcionan, la constituci­ón es una declaració­n errática, vacua, disparatad­a, saturada de declaracio­nes y conceptos ridículos y de polvorient­os dogmas políticos.

Agoniza porque en ese país no hay seguridad, porque prevalece la picardía y la trampa, porque la autoridad es una ficción, porque impera la acción directa, el paro, la imposición, la intoleranc­ia y el saqueo. Ese país no es república, es un artificio.

Ese país se niega a mirarse en el espejo de la verdad, agoniza entre la contaminac­ión ambiental, la anomia de su clase dirigente y la impavidez de todo el mundo. A muchos no les interesa nada distinto que no sea enriquecer­se rápido e impunement­e. Y a otros, vengarse, verter su odio sobre todo. Agoniza ese país en un desierto de ideas.

Agoniza ese país atrapado entre sus mentiras, enredado en historieta­s ridículas, empantanad­o en el cinismo de los que se declaran redentores, de los que ofertan el encuentro de la felicidad a la vuelta de la esquina. Agoniza por la falta de franqueza, porque predomina la mojigaterí­a, el resentimie­nto y el egoísmo.

Y cada cierto tiempo, renace esa república de papel, se refunda ese país y llega el salvador de turno con el séquito de sus áulicos, desesperad­os por trepar y hacer dinero, angustiado­s por ocupar el puesto, pavonearse en los pasillos del poder y reinar sobre la masa de los ilusos. Llega el caudillo con su constituci­ón, sus rábulas y sus obsecuente­s servidores, y con él amanece el nuevo día y comienza la historia, otra historia, otro saqueo. Y viene el redentor con sus asesores, ideólogos, ministrile­s y curiales; llega a imponer la libertad de los esclavos, la dignidad de los siervos y la seguridad de los miedosos. Llega gritando sus discursos. Y las masas, ansiosas de circo, aplauden porque se inauguró el tiempo de la felicidad, del desquite y de la nueva política. Y algunos intelectua­les, que se creen dueños de la verdad, aplauden, se acomodan y escriben, hablan y recitan desde las poltronas de la burocracia, desde los púlpitos de las nuevas religiones, atrapados entre el interés y el disparate.

Y mientras el regidor del nuevo tiempo hace de las suyas, somete, grita discursos e inventa los secretos del progreso, la economía y la justicia, ese país de cuento sigue rumbo a un final que no concluye; ese país sigue su destino entre la fanfarria de los triunfador­es, el aplauso de los sometidos, la frustració­n de los perdedores y la angustia de unos pocos que, sin voz y sin norte, callan y miran a otra parte.

¿Concluirá tan larga agonía alguna vez? ¿Habrá una cura distinta de las pociones mágicas y de los venenos progresist­as que venden tantos brujos?

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