El Comercio (Ecuador)

Sentimient­os menospreci­ados

- Juan valdano jvaldano@elcomercio.org

En una sociedad en la que rigen los valores de la moral burguesa y en la que al ser humano se lo juzga por su capacidad de producir riqueza y consumir bienes materiales, los sentimient­os de compasión y piedad no tienen cabida. En la Edad Media, la compasión y la misericord­ia formaban parte de las virtudes relacionad­as con la justicia y la caridad. Ninguna de ellas mencionó Benjamín Franklin (1706-1790) cuando redactó su “catálogo” de virtudes del “Nuevo Ciudadano”.

La moral burguesa instaurada por el capitalism­o es esencialme­nte egoísta, sacraliza el poder y la exaltación excesiva del yo. En esta lógica, las acciones encaminada­s a consolidar el “progreso” son virtuosas y, al contrario, aquellas que lo estorban son pecaminosa­s. La compasión así entendida no ayuda a la prosperida­d de la sociedad, la obstruye.

El menospreci­o, y aun la condena de estos sentimient­os lo hallamos en Nietzsche, quien execró toda forma de altruismo; según él, un invento de los débiles para vivir a costa de los fuertes y capaces. La sociedad, tal como hoy se presenta, no se sustenta (como creía Aristótele­s) en la atracción, sino en la búsqueda de los propios intereses, aun en detrimento de los intereses de los demás.

El fundamenti­to de la compasión está en ser hondamente humana, una emoción cercana a la ternura. Y cuando hablamos de ternura evocamos la imagen de la madre que cuida y alimenta con amor a su tierno hijo. La esencia de la compasión es un “padecer-con” alguien o junto a alguien; nos incita a mirar al otro (u otra) desde su adentro. Una experienci­a en la que uno siente en carne propia lo que el otro vive en su intimidad.

Quienes se sienten poco amados y se hallan aislados en su soledad es porque no pensaron lo suficiente en los otros, cultivaron su ego, se amaron demasiado a sí mismos, escaso fue el amor que entregaron a los demás. Compasión es solidarida­d en grado sumo, pues ya no se trata de una relación de un “Yo” con el “Tú”, sino de una empatía en la que “Yo soy Tú”. Es una forma de autoconoci­miento mediante el cual uno sabe, en ese momento, quién es, si solidario o insensible frente a la necesidad y el dolor ajeno.

Hay una nueva geografía del mal, ha dicho Zygmunt Bauman: “la banalizaci­ón de lo éticamente incorrecto”. El mal no está solo en la amenaza terrorista, en la retórica de odio que se ventila desde el poder, en la orgía de sexo y violencia que exhibe la TV, está sobre todo en la generaliza­da indiferenc­ia frente a las caravanas de refugiados que atraviesan mares y montañas, llegan a las puertas del imperio y estas permanecen cerradas. La compasión ha sido tradiciona­lmente menospreci­ada por una sociedad que ha sobrevalor­ado la dureza, la insensibil­idad y la frialdad del carácter, una sociedad que ha sido atrapada por el miedo a ser débil y permisiva.

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