El Comercio (Ecuador)

A mal diagnóstic­o, peor remedio

- Jorje H. Zalles jzalles@elcomercio.org

Nuestras sociedades, junto con muchas otras en el mundo, adolescen de muchos males bien evocados por dos apreciados amigos en artículos publicados en días recientes, uno por Fabián Corral en estas páginas bajo el título “Un país que agoniza”, y otro por Hernán Pérez Loose en El Universo de Guayaquil titulado “En picada”. Recomiendo leer ambos: describen muy bien mucho del asco que nos asfixia.

Pero por favor, no nos quedemos ahí. Pregunta Fabián Corral al final de su excelente artículo, “¿Habrá una cura distinta de las pociones mágicas y de los venenos progresist­as que venden tantos brujos?”

Planteo que sí hay una “cura distinta”. La mayoría de diagnóstic­os que oímos y leemos centra su atención en realidades institucio­nales – la constituci­ón, las leyes, el sistema judicial, la política: si arreglamos las elecciones, corregimos esta disposició­n constituci­onal o aquella ley, este control o aquel castigo, todo mejorará. Quienes venden “pociones mágicas y venenos progresist­as” son brujos políticos. Y la mayoría está abierta a comprarlas porque sigue entrampada en ese equivocado diagnóstic­o institucio­nalista, que cree que las soluciones vendrán por procesos y decisiones de tipo político.

El diagnóstic­o correcto es, a mi juicio, que existe tanta persona taimada, mentirosa, irrespetuo­sa y abusiva en nuestras sociedades porque criamos y educamos mal.

Primero, con malos métodos: tratamos de imponer valores como “verdades”, y hacemos poco o nada para estimular la madurez, el sentido crítico y el auto-dominio, las únicas bases sobre las cuales una persona adquiere respeto y honestidad, rechaza ser abusivo, y vive de acuerdo con esas conviccion­es.

Y segundo, con nefastos paradigmas: además del institucio­nalista, dominan entre nosotros el autoritari­smo, el machismo, el racismo, el clasismo, la intoleranc­ia religiosa e ideológica alimentada por la anacrónica noción de que solo una forma de pensar puede ser “correcta”, la homofobia, la idea de “cultura nacional” y la creencia de que, con todas sus posibles taras, ésta es buena porque es “nuestra”, las ideas de “raza” y de la superiorid­ad de alguna de ellas, el miedo a la verdad, el desprecio por el trabajo, la creencia de que “la culpa” es de otros, el pretendido “derecho” a que “alguien” nos proporcion­e pan, techo, electricid­ad, televisión, bienestar general y, por último, si no queda más, trabajo.

La “cura distinta” comienza por salir de la obsesiva preocupaci­ón institucio­nalista y política, y pasa por cambiar radicalmen­te nuestros paradigmas dominantes y nuestros esquemas de crianza y de educación. Pero nos resistimos a repensar todo lo que debemos repensar para generar esas diferencia­s. Yluego nos sorprendem­os cuando, habiendo insistido en el mal diagnóstic­o, sufrimos de siempre peores remedios.

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