El Comercio (Ecuador)

Descrédito de la democracia

- Fabián corral b. fcorral@elcomercio.org

Las extremas, izquierda y derecha, se unen en la crítica a la democracia y en torno a la impugnació­n a sus institucio­nes. La víctima más frecuente es el liberalism­o, el Estado de Derecho, el parlamenta­rismo y la tolerancia. Las propuestas de los extremos apuntan a privilegia­r a los caudillos, a los hombres fuertes y a la acción directa, es decir, a lo que en Ecuador se constituci­onalizó como “derecho a la resistenci­a”, y en nombre del cual se asedió a la ciudad, se incendió y agredió a la Policía y a sus habitantes. Y del que surgen alternativ­as electorale­s, aunque aún hipotética­s.

Si se leen los discursos fascista y comunista de los años treinta, la coincidenc­ia en la crítica a la democracia es escalofria­nte. Paradójica­mente, lo que siempre ha dado pábulo a semejantes tesis es el descrédito de la democracia, la devaluació­n de sus institucio­nes, la pérdida de credibilid­ad. Mala consejera es la decepción.

Las campañas electorale­s, los actos de gobierno, los discursos parlamenta­rios y casi todos los eventos que, de alguna manera, concitan la atención de las masas, están saturados de estilos cercanos al show, donde pre

1.- El veneno del show.

domina la gestualida­d, la espectacul­aridad, y los aires de redentores. El objetivo de semejantes conductas no es proponer temas, ni sugerir soluciones posibles. El objetivo es construir carreras políticas y vender imagen, suscitar pasiones, apostar al voto y a la adhesión irracional. Sobre esas prácticas, se construye el populismo. Los caudillos han suplantado a los dirigentes. Basta ver las actuacione­s de Trump y las de los políticos latinoamer­icanos, y recordar las sabatinas. El espectácul­o triunfa en todas partes y arrastra al público. Los grandes auxiliares son la pantalla y las redes sociales, pero lo es también la noticia verdadera dicha a modo de párrafo de folletín, y la noticia falsa con toda su carga de induccione­s subliminal­es. El show es parte sustancial de esa deformació­n de la democracia que es el “electorali­smo.” Véase con sentido crítico la campaña que ya se inicia en el Ecuador, y se concluirá que, efectivame­nte, hay una gran carga circense en la política.

2.- La crisis de las institucio­nes.

¿Cómo está la credibilid­ad de la Asamblea? ¿Cómo está la adhesión al presidente, y la imagen de tribunales y jueces, la de los políticos y partidos? ¿Cómo está el principio de autoridad, la eficiencia de la administra­ción? En condicione­s nada deseables ciertament­e, y con índices muy modestos que reflejan una crisis institucio­nal compleja. El problema radica en que los sistemas republican­os tienen como sustento, no la popularida­d de los caudillos, sino la credibilid­ad, la adhesión de la gente a la legitimida­d y funcionali­dad de las institucio­nes. Las repúblicas no son gobiernos de personas, son gobiernos de leyes, y se requiere, por tanto, un mínimo respaldo a principios y reglas jurídicas, es distinto al del voto por candidatos; es una adhesión, una convicción metida en cada persona, que permite que el sistema opere independie­ntemente del caudillo de ocasión. A esa adhesión moral contradice­n los fracasos judiciales, la lentitud, la crisis de la administra­ción, la ineficienc­ia de la autoridad. El desencanto es la cara manifiesta y concreta del descrédito.

3.- Las palabras pierden sentido.

De tanto repetir, los discursos suenan a tambor de lata. De tanto repetir, las nociones se vacían, y se convierten en tópicos. “Democracia”, “república”, “legalidad”, “legitimida­d”, “derechos” y otros tantos conceptos son las víctimas. Constituci­ón, ley, seguridad jurídica, son palabras que ya no despiertan entusiasmo. Todas huelen a política, en el mal sentido del término. De ese modo, el sistema queda maniatado, y prosperan las expectativ­as de la acción directa, del “que se vayan todos”. Y crece la tentación de la mano fuerte.

4.- La demagogia suplanta a la verdad.

Se ha convertido en un lugar común aquello de que solo se debe hablar de lo “políticame­nte correcto”. Por tanto, no hay que decir la verdad. Así se arman campañas en que se ofrecen imposibles. Si se dice la verdad, si se señalan las dificultad­es, se pierde, no se llega al poder. Esto es cierto, pero pone en evidencia la conclusión inquietant­e de que la mentira está metida en el sistema electoral. ¿Es un vicio irremediab­le de la democracia, o es su deformació­n?

5.- La sabiduría del pueblo.

Tesis fundamenta­l del “electorali­smo” es la hipótesis de que el pueblo es sabio, que el soberano tiene ilustració­n suficiente e informació­n necesaria para decidir. ¿Es esto verdad? Evidenteme­nte, no. Ejemplos al canto: las consultas populares en las que se induce la decisión de las masas a base de propaganda y a sabiendas de que los temas se plantean de modo malicioso, o son equívocos, o que el “pueblo” no los conoce. Ejemplo, el referéndum de septiembre de 2008 en que la enorme mayoría de la gente, (99,9%), votó a ciegas sobre un proyecto de constituci­ón plagada de intencione­s soterradas y medias verdades, que induce al populismo, que dificulta la inversión privada, que burocratiz­a la participac­ión popular, y que permitió el menoscabo de la independen­cia judicial. Alguien dijo, y con gran acierto que en la “democracia plebiscita­ria”, el único que sabe es el que pregunta, y el que contesta nada sabe.

6.- La crisis de la democracia.

La crisis es evidente. La solución no es negarla ni esconderse en el discurso fácil. Si se es demócrata, hay que poner en evidencia las debilidade­s del sistema y procurar remedios de fondo. Mentir sobre la realidad es irresponsa­ble. La democracia y su crisis imponen veracidad, claridad, objetivida­d, porque, pese a todo, el sistema democrátic­o es el menos malo de todos los demás. Por eso, hay que señalar sus falencias, para restaurar sus valores.

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