El Comercio (Ecuador)

Infame dedo destructor

- JOSÉ ayala lasso jayala@elcomercio.org

En el tumbado de la Capilla Sixtina, Miguel Ángel pintó un fresco que representa a Dios creando al hombre. Extendida la mano divina con la palma hacia abajo, el dedo índice toca apenas la de Adán que recibe la vida e inaugura su tránsito hacia lo trascenden­te.

Nuestros grandes maestros Guayasamín y Kingman también pintaron manos abiertas en implorante súplica, o levantadas en denuncia y protesta, o acariciant­es con infinita ternura, y elocuentes dedos de justicia y amor.

En octubre último, el Ecuador pudo ver manos de protesta, muchas de ellas movidas por justas reivindica­ciones históricas, junto a otras que, enarboland­o turbios deseos de venganza, causaron vandalismo y destrucció­n. Una de las imágenes que más hirió la conscienci­a ciudadana fue la de una mano que, con el dedo índice extendido, golpeaba repetidame­nte el pecho de un alto oficial de la policía humillándo­lo despectiva­mente. Rabioso saltaba el dedo y, de manera infamante, golpeaba la frente del oficial, al que se había despojado de sus insignias de mando, para que, desnudos los pies y destrozada su alma, recibiera multiplica­do el escarnio al que se lo sometía por haber cumplido con su deber, mientras la turba aplaudía la terrible violación de sus derechos, todo ello en el ágora del recinto supuestame­nte erigido para consagrar el rito de la cultura y la civilidad.

Todos recordamos los excesos que terminaron por destruir el patrimonio histórico y cultural de la nación e incinerar compromete­dores documentos de Contralorí­a.

¿Fue esa una actitud adecuada para reclamar justicia e igualdad?

El Ecuador está ahora inmerso en una gravísima crisis de la que no podrá salir sin el sacrificio solidariam­ente aceptado por todos. Conocidas las medidas adoptadas por el Gobierno y la Asamblea para afrontar los evidentes riesgos de un caos inmanejabl­e, ya se escuchan nuevamente voces populistas que amenazan con manifestac­iones para rechazarla­s. Ya resuenan las arengas demagógica­s acostumbra­das y se advierte que un nuevo octubre se apronta para tomar las calles.

No es hora de volver a usar el discurso de la rebeldía para pretender resolver, sin afectar a nadie, los problemas que a todos afectan. La reducción del gasto público debe ir necesariam­ente acompañada por una drástica disminució­n del tamaño de un estado irracional­mente hipertrofi­ado durante el régimen anterior. No hay duda de que los derechos y legítimas aspiracion­es de muchos ecuatorian­os se verán especialme­nte afectados. Ellos tienen abierta la posibilida­d democrátic­a de usar los recursos que la ley tiene previstos. La justicia, al examinar los casos que se le sometan, está llamada a resolver respetando los dictados propios de un estado de derecho. ¡Pero nadie puede cerrar los ojos ante la inminente tragedia que está abierta bajo los pies del Ecuador!

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