One race: the human race
Tenía ya preparada una nota para recordar al Mariscal Sucre, de cuyo asesinato hoy se cumplen exactamente 190 años, pero los acontecimientos de los Estados Unidos me obligan a cambiar de tema. Sé que el más puro de todos nuestros héroes meentendería si pudiera mirar lo que está ocurriendo en las ciudades más grandes del país que soñó ser un imperio. Sé que se emocionaría hasta las lágrimas si pudiera contemplar la escena de los policías que doblan su rodilla comoquien pide perdón por todas las ofensas que algunos de los suyos han hecho a ciudadanos negros, tal libres como ellos, tan dueños de derechos como ellos, tan dignos, inteligentes y trabajadores como ellos. Sé que su corazón palpitaría con fuerza si pudiera mirar al policía rubio que exhibe un cartel con la leyenda que sirve de título a estas líneas, mientras un ciudadano negro le pasa su brazo sobre el hombro. Sé que su valor y su entusiasmo, ese mismo valor y entusiasmo que le llevaron a triunfar en Pichincha y Ayacucho, le moverían a unirse a los millones de personas de todas las edades que olvidaron la malhadada pandemia y los aislamientos para exhibir ante el mundo su repudio al racismo más anacrónico de la historia.
Todos somos ahora George Floyd. La brutalidad ejercida contra él a sangre fría fue una brutalidad contra nosotros, contra todos, contra la raza humana. Si no respondiéramos con la expresión indignada de nuestro rechazo, estaríamos aceptando que pertenecemos a una raza despreciable. La única medida válida de nuestra dignidad de humanos es precisamente el rechazo de todas las formas de agresión a nuestros semejantes, incluyendo aquellas que se amparan en normas legales supuestamente dictadas para “racionalizar” la agresión. ¡Como si se pudiera racionalizar lo irracional!
Los asesinos de Minneapolis se amparaban en normas de esa clase. La ley les autoriza a usar la violencia enciertos casos; pero la interpretación de la gravedad de cada caso queda en las manos de cada uno de los agentes de ese organismo creado para garantizar la seguridad de todos. De todos, sin excepción: también, ¿y por qué no?, de los negros. Pero para recordarnos quela raza humanaesdigna, pero imperfecta, siempre hay individuos que pueden valerse de sus prerrogativas para desatar el odio, que nunca es racional, y menos todavía si lleva a ejecutar actos que no obedecen a una explosión de ira ni a un arrebato de temor ante un peligro, sino a practicar lentamente, a la luz del día y en plena vía pública, el asesinato de un hombre que no había dado ninguna muestra de resistencia, pero sí de reclamo por su detención arbitraria.
Caudaloso y prolongado, el rechazo al asesinato de George Floyd dejará huella en la historia. Debemos esperar que no sea solamente la huella de un monumento ni de la periódica celebración de aniversarios: los expertos vislumbran una nueva señal de la declinación del imperio.