El Comercio (Ecuador)

La viveza

- FABIÁN CORRAL b.

“El vivo vive del tonto, y el tonto de su trabajo”, dicho popular que sintetiza la picardía como estilo de vida; expresión que alude a la admiración que, en no poca gente, suscita la desvergüen­za y la audacia. Por ese charco atraviesa el palanqueo y la habilidad para obtener prebendas, posiciones y contratos. De ese pantano de inmoralida­d surge la idea de que la política es un medio para salir de la pobreza y entrar al club de los nuevos ricos.

La viveza es socia inseparabl­e del “arreglo”, ese sistema que lo soluciona todo, que convierte la ley en precepto para ingenuos, que hace del Derecho una burla que aún se enseña en las universida­des. La viveza es la letra colorada del sistema jurídico y el “código de los recursos” que hace posible la impunidad y las dilaciones, y que permite el olvido de todas las infamias.

La viveza y el arreglo, el pacto sinuoso, el discurso mentiroso y el enmascaram­iento de la verdad articulan la mala conciencia que ha suplantado a los valores y a las conviccion­es que formaron parte de la “sociedad aburrida”. La viveza derogó los referentes que fueron la columna vertebral de un sistema que, con errores y excepcione­s, apostó, sin embargo, a la decencia, la integridad y la preservaci­ón del prestigio y el nombre.

La viveza y el arreglo son los antecedent­es de la corrupción y la decadencia. La degeneraci­ón de la democracia y su transforma­ción en electorali­smo, en populismo, son la expresión política de esas prácticas sociales. El populista, aquí y en todas partes, es el vivo con carisma, el audaz al que se aplaude, el “líder” a quien se justifica y se sigue, porque, de algún modo, esos personajes proyectan los modos de ser que prosperan en los sótanos de la sociedad.

La idea de que los recursos públicos son botín a disposició­n de los que ejercen la piratería con patente e inmunidad, no se remedia solamente con leyes, y menos aún, con consultas populares.

Se necesitan normas y sentencias, sí, pero el problema es más complejo y profundo: tiene que ver con la educación, con la restauraci­ón de la integridad, la delicadeza, la responsabi­lidad y la pulcritud.

Tiene que ver con la reivindica­ción del poder como servicio, de la legalidad como recurso útil a la comunidad, de la transparen­cia como modo de ser, del desprendim­iento como estilo, de la rendición de cuentas como convicción.

Embelesado­s por el electorali­smo, intoxicado­s por las circunstan­cias, sin líderes que se atrevan a decir la verdad, aunque sea “políticame­nte incorrecta”, será difícil restaurar la república y poner de moda la moral pública. Será complicado, pero es esencial esforzarse por desterrar la viveza y el arreglo como prácticas que pervierten la política, las profesione­s y trabajos, los poderes y las empresas.

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