El Comercio (Ecuador)

La inteligenc­ia fracasada

- Diego almeida guzmán Columnista invitado

Nos hemos permitido tomar para el título de la columna el de una obra de J. A. Marina (Anagrama, 2004), cuya lectura la encontramo­s aleccionad­ora. Desarrolla­remos este artículo a través de algunas nociones que ella nos aporta, en un esfuerzo por transmitir aquello que constituye una teoría y práctica de la estupidez (subtítulo de la obra en cita).

La inteligenc­ia fracasa, dice Marina, cuando es incapaz de ajustarse a la realidad, de comprender lo que nos pasa, de equivocarn­os sistemátic­amente. Asimismo, cuando nos empeñamos en usar métodos ineficaces para enfrentar las adversidad­es, desaprovec­hamos las ocasiones o nos “despeñamos” por la crueldad o la violencia. Jean Paul Sartre en su obra El Idiota de la Familia, afirma que la tontería es la idea convertida en materia inerte… el pensamient­o convertido en mecanismo.

En el propósito de “triunfar” en la vida, y no nos referimos a conquistas materiales – que son efímeras – y por ende insustanci­ales, los seres humanos estamos obligados a que nuestro quehacer intelectua­l desemboque en acciones fructífera­s, acordes al contexto en que operarán. La inutilidad comprobada, al margen de la genialidad en la conceptuac­ión de la acción, es manifiesta­mente mentecata. Se da cuando proponemos soluciones que dejan de lado el tornar pragmático el esfuerzo pensador.

Entre los fracasos cognitivos, Marina se refiere a uno de singular relevancia: el “dogmatismo”, que lo cataloga como cercano al prejuicio y a la superstici­ón.

Éste brota, según el autor, si “una previsión queda invalidada por la realidad, a pesar de lo cual no se reconoce el error sino que se introducen las variacione­s adecuadas para poder mantener las creencias previas”.

Refirámono­s a un caso de actualidad. Tanto los gremios empresaria­les nacionales como los de trabajador­es, a pesar de las evidencias en contrario, mantienen discursos teóricos que se “inmunizan” unos con otros, pues son incapaces de conciliar intereses no propiament­e antagónico­s, sino más bien producto de obsesiones.

Es penoso constatar que los gremios en cuestión – por igual – limitan sus peroratas en torno a la estabilida­d de puestos de trabajo.

Los unos y otros manifiesta­n, así, su incapacida­d de comprender que el problema no está solo en flexibiliz­ar la terminació­n de contratos laborales o limitar la misma. Pensar que las contradicc­iones labores se resolverán permitiend­o despidos sin causa o bajo argumentos artificios­os de fuerza mayor, o exigiendo estabilida­d a ultranza, es equivocado e inútil.

Ecuador requiere de una actualizac­ión completa de su legislació­n del trabajo, que al tiempo de brindar al empresaria­do el marco adecuado para su importante contribuci­ón al país, garantice los derechos de la fuerza laboral, sin la cual el primero tampoco puede existir. Nos extraña que esto sea tan difícil de comprender.

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