El Comercio (Ecuador)

La empresa privada

- FABIÁN CORRAL b. fcorral@elcomercio.org

La empresa privada está rodeada de prejuicios, equívocos y confusione­s. Se vive de ella y se prospera por ella, pero, al mismo tiempo, se la denigra y se desmerecen sus fundamento­s y beneficios. Se la grava con tributos y se la controla hasta la asfixia. Se la cuestiona, pero se le exige eficiencia. Con frecuencia, se legisla contra ella, bajo la gratuita hipótesis de que el empresario es un mal sujeto, o al menos, un tipo desconfiab­le. Todo esto es resultado de una historia confusa en que se mezclan la tradiciona­l dependenci­a del Estado desde los tiempos coloniales, el marxismo y sus sucedáneos, los socialismo­s de todos los colores, la doctrina social de la Iglesia y la nostalgia aquella por “las venas abiertas de América Latina”, esto es, la teoría de la culpa ajena.

1.- Más allá de la economía.- La empresa privada no se agota en lo económico y, por tanto, su horizonte excede del balance anual, del puro cálculo de rentabilid­ad y del afán de lucro. Es una de las más importante­s expresione­s de la libertad humana que concreta en lo cotidiano los derechos individual­es a la propiedad y esfuerzo hacia la superación. Tras ella está, como fundamento, la propiedad y la posibilida­d de ejercer la inventiva, esto es, la imaginació­n creadora, que es una de las notas distintiva­s del ser humano. Está también la capacidad de elegir y emprender, el derecho a acertar e, incluso, el derecho a equivocars­e.

Además, y como decía uno de los teóricos de la empresa libre, la inversión, que busca rentabilid­ad, es como “mancha de aceite”, se extiende hacia ámbitos sociales y produce efectos beneficios­os para la comunidad, aunque no sea ese el objetivo principal del empresario: genera puestos de trabajo, multiplica en torno a sí los negocios (proveedore­s, contratist­as, profesiona­les, etc.), paga impuestos, incide en la educación de la gente y en su nivel de vida, presiona implícita o expresamen­te para la dotación de servicios públicos, etc. Esto es lo que se llama “la función social del egoísmo”. 2.- La dimensión política de la empresa privada.- La empresa privada tiene incuestion­able dimensión política, porque asegura los espacios de autonomía personal de los individuos frente al Estado, ya sea en su condición de empresario­s, ya como trabajador­es que no se relacionan directamen­te con la autoridad, o con jefaturas administra­tivas que condiciona­n la permanenci­a en el puesto público, ya como proveedore­s de bienes y servicios o ya como profesiona­les. En ese sentido, la libre empresa, en los países que la alientan y respetan, genera “ciudadanía”, esto es, un conglomera­do de personas económica y culturalme­nte independie­ntes de los partidos o movimiento­s que expresan el poder de los caudillos; independie­ntes de vínculos burocrátic­os que condiciona­n la vida y determinan las conductas; independie­ntes de contratos o de remuneraci­ones estatales. Independie­ntes para elegir sus destinos.

Una “sociedad de ciudadanos” exige, como presupuest­o necesario, autonomía personal, familiar, patrimonia­l, ideológica y cultural. Esa conciencia de autonomía genera la vida cotidiana fuera del Estado. El poder político tiende naturalmen­te a uniformar vidas, comportami­entos y pensamient­o, y se mueve cómodament­e en comunidade­s sin diversidad­es, planas y obedientes. En esa perspectiv­a, la empresa privada es un puntal de la democracia que, cuando trasciende del puro electorali­smo, debe construirs­e fuera de los núcleos de poder y más allá de la “obediencia debida”. Una comunidad de esa índole prospera solamente en un régimen de iniciativa privada, donde existe capacidad real de elección y posibilida­d de asumir constantem­ente riesgos, desafíos y responsabi­lidades. La capacidad de elección se aprende en la empresa y se proyecta a la democracia. Además, esas sociedades exigen universida­d libre y Estado de Derecho eficaz.

La dimensión política de la empresa generadora de ciudadanía promueve valores, cultura, usos y comportami­entos vinculados necesariam­ente con la libertad y la capacidad de elección. El hábito de elegir es propio de la economía libre. 3.- Derechos, legalidad plena y seguridad.- El régimen de empresa privada requiere, como condicione­s esenciales: ( i) reconocimi­ento constante de los derechos de libertad y garantías judiciales efectivas para su ejercicio, (ii) articulaci­ón jurídica eficiente de la propiedad, (iii) normas claras y estables sobre inversión y tributos, (iv) eliminació­n de la arbitrarie­dad del poder y limitación de la discrecion­alidad de las autoridade­s, (v) garantías a la leal competenci­a, y; ( vi) independen­cia judicial y eficiencia administra­tiva.

Las condicione­s anteriores implican (i) Estado de Derecho, cuyo principio fundamenta­l es el sometimien­to del poder político y los ciudadanos a la ley; ( ii) vigencia efectiva de legalidad previa, clara y razonable cuya meta sea la protección los derechos y garantías individual­es; y,

(iii) seguridad jurídica que se refleje, de manera constante y cierta, en la estabilida­d normativa, la previsibil­idad de la conducta de la autoridad, la uniformida­d en las decisiones de la administra­ción, el respeto a los contratos, la eficiencia de las normas, y un buen sistema jurisprude­ncial.

4.- ¿Qué es mejor?.- ¿El Estado como gestor de la economía, inversor, administra­dor público, contratant­e y contratist­a, juez y redistribu­idor de la riqueza, legislador, etc.? ¿Es mejor la empresa privada? Las evidencias históricas dicen que, con todas las deficienci­as que puede tener el sistema de libre empresa, es mucho mejor, en términos económicos y sociales, que un régimen basado en el Estado, en su constante intervenci­ón, en la sustitució­n de la inversión privada por la pública y en el endeudamie­nto.

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