Crece la desigualdad
Los problemas económicos y sociales del país fueron agravados por la pandemia, pues ya configuraban una crisis sobre la que no existió la voluntad política para enfrentarla, sin estrategias hacia objetivos prioritarios. Como consecuencia, los Acuerdos con el FMI se han convertido en la ideología y práctica de la acción gubernamental, con sus objetivos de ajuste, equilibrio fiscal, apertura comercial, reducción del gasto público y del tamaño del Estado.
Ante los efectos de la pandemia, el mundo clama por un cambio y los gobiernos y organismos reorientan sus políticas hacia recuperar la economía y el bienestar de la población. Nuestro país, en cambio, insiste en la senda determinada por el Acuerdo con el FMI, sujetándose al recetario propio de un modelo que ha demostrado incapacidad para responder a los requerimientos de la sociedad. Las condiciones del préstamo especial de USD 6500 millones significan la imposición de una ideología, la del mercado, que sitúa los problemas del país en la esfera monetaria, desconociendo factores políticos y económicos estructurales que han causado el drama nacional, es decir pobreza y desigualdad.
Pese a que existe un consenso en torno a la lucha contra la pobreza y está en el centro de las prioridades de los organismos internacionales, de los discursos de los partidos políticos, aún a los ojos del neoliberalismo, la pobreza toma fuerza y la riqueza ha aumentado y está cada vez menos repartida. Como consecuencia, el afán de luchar contra las desigualdades ha sido sustituido por el de reducir la pobreza y ésta ya no se ve como la consecuencia del reparto desigual de la riqueza. La ideología del mercado, que se encuentra en el centro del imaginario político actual del país, ha permitido alimentar la fantasía de una lucha contra la pobreza sin una redistribución justa de la riqueza.
La desigualdad es un problema sin solución porque no hay voluntad política para combatirla, pese a que aparece formalmente como una de las preocupaciones sociales más importantes. El desempleo y la precariedad del sistema laboral mantienen en la pobreza y en los bordes de la exclusión a miles de nuestros conciudadanos, y la desigualdad social se presenta en sus expresiones más variadas.
El descontento ciudadano ante la desigualdad social exige revitalizar las políticas igualitarias, innovando y proponiendo soluciones que no están en los manuales ideológicos del siglo pasado. Se trata de poner sobre la mesa el viejo debate de la igualdad, pero adaptándonos a la sociedad, a la economía y a la tecnología del siglo XXI.
Es hora de hablar de desigualdad no solo describiendo sus evidencias sino con propuestas de soluciones. El debate es necesario porque la crisis de las democracias y la reaparición de los populismos se explican también por la presencia de este mal social.