¡Ecuador ya encontró la vacuna!
Tal como lo oyen. El Ministro de Salud y el flamante Titular de Finanzas ya no tendrán que romperse la cabeza con los cálculos, en estos tiempos de vacas flacas, sobre el costo de traer la inyección. El primero perdió su tiempo conversando con los representantes de farmacéuticas para tratar de ser parte de sus programas.
No hay que preocuparse de que los contagios sigan creciendo y que Pichincha concentre casi la tercera parte de casos, con abrumadora mayoría en Quito. Del 1 al 7 de octubre, el COE provincial registró 3 392 nuevos casos y 192 fallecidos. A la vez, las unidades de cuidados intensivos ya no son tan demandadas.
¿Pero para qué buscar explicaciones sobre este hecho -al parecer debido a factores que van desde la detección temprana y la ubicación de pacientes asintomáticos- y tomar precauciones para no sufrir situaciones que se están viviendo en países con mayor desarrollo médico? ¿O escuchar a los agoreros del desastre que dicen que un rebrote puede ser mucho peor que la pandemia en sí misma?
No hace falta. Que se cuiden quienes tuvieron parientes fallecidos o graves o debieron pagar altísimas cuentas en los hospitales. El resto somos a prueba de todo, el covid-19 no nos afectó o no nos enteramos porque somos asintomáticos, y podemos darnos de alta.
No solo se nota en los sectores de gran concentración poblacional a los que, muy sueltos de cuerpo, solemos atribuir todo el descuido.
Es la gente ávida de volver a la comida típica en restaurantes a reventar; de reencontrarse con amigos codo a codo y sin mascarilla, o retomar la tertulia de la tarde después de tanta ausencia. Al fin y al cabo, somos inmunes o estamos hechos de la misma contextura que los Trump, los Bolsonaros y los Johnson.
He visto fotos de un acto en Carondelet a inicios de semana donde aparecen 11 personas -unas cuantas de la tercera edad- tomándose la infaltable foto sin distanciamiento; sólo cuatro llevan mascarilla. Y por las fiestas del Bicentenario, un ‘paredón’ fotográfico en donde solo dos de los 12 prohombres que aparecen uno junto al otro llevan protección.
Ya no necesitamos la vacuna, la tenemos. Si pasa alguna tragedia por un re contagio ya se verá: reclamaremos al famélico Estado. Ya llegarán los créditos internacionales, ya volveremos al confinamiento pero culparemos a los otros por no haber hecho lo suficiente para frenar los contagios a tiempo.
Hay que reconocer, por último, que nuestra inmunidad contra el covid-19 se suma a los anticuerpos que hemos desarrollado frente a la corrupción, a los malos políticos, a la falta de prevención y de seguimiento frente a los terremotos y las erupciones, a las protestas sociales, como la del año pasado.
Tenemos un amplio abanico y suficiente tiempo para ir buscando un Nobel, aunque, pensándolo bien, parece que todavía no hay ninguna categoría para la ceguera social.