Nuestra identidad
Renegar de la historia, como se hace cada año durante el mesdeoctubre enciertos países delatinoamérica, solo demuestra ignorancia, racismo o una marcada necesidad de situarse en algún plano político a costa del escándalo público, la figuración y el vandalismo.
Protestar contra la conquista de América hace más de cinco siglos resulta patético y absurdo, tanto como si hoy alguien hiciera manifestaciones contra el extinto Imperio otomano o contra la ocupación musulmana de la península ibérica, o como si algún deschavetado intentara destruir los monumentos románicos de media Europa, o convocarmarchasyelaborarpancartascontrala expansión realizada por Gengis Kanyel Imperio mongol por casi toda el Asia hasta las márgenes del Danubio durante el siglo XIII.
Todos los procesos de colonización del planeta, independientemente de su violencia y traumatismo, forjaron la humanidad moderna y contemporánea para bien o para mal. Hoy se protegen como verdaderos tesoros -pues lo son- los vestigios de aquellos tiempos de conquista, salvo los casos de brutalidad fanática que han destruido monumentos históricos en Oriente Medio.
Aunque les pese todavía a unos pocos, todos los habitantes del continente somos el resultado de la fusión de civilizaciones que empezó en 1492 con la llegada de Colón. Y los que no lo son, un puñado de indígenas no contactados que se han aislado en la selva amazónica, llevan en su sangre todavía orígenes más distantes, asiáticos o africanos, y en sus genes también hay una carga histórica remotísima de desplazamientos, colonización, guerras, muerte, y, por supuesto, de vida, cultura y supervivencia.
Nuestra identidad es la de esos habitantes que poblaron este territorio varios siglos antes de la conquista, y es también, obviamente, la de aquel grupo de exploradores entre los que había de todo un poco: saqueadores, bandidos, aventureros, científicos, intelectuales, guerreros, humanistas…
Nuestra identidad se remonta a los Quitus, a los Caranquis, a los Cayambis a los Puruhaes, a los Huancavilcas, entre muchos otros pueblos que en su tiempo fueron sometidos y avasallados por los poderosos Incas, que por tanto también forman parte de nuestros genes. Y, se remonta además a los extremeños, andaluces, castellanos, vascos, gallegos y tantos otros que se asentaron y confluyeron en estas tierras.
Nuestra identidad flota sobre los templos y construcciones indígenas borrados bárbaramente en gran parte, pero también vive en las ciudades coloniales, sincréticas en formas y tradiciones, y, cómo no, en la lengua que nos enlaza, el español, hoy enriquecido por las voces vivas de los ancestros aborígenes de todo el continente y por los ritmos y modismos de quinientos millones de hispanohablantes.
Unos cuantos insolentes pretenderán destruir monumentos, quemar textos e incluso pulverizar ciudades, pero mientras fluya en las venas la sangre que nos es común a los iberoamericanos, nuestra identidad será indestructible.