El Comercio (Ecuador)

Nuestra identidad

- OSCAR VELA DESCALZO ovela@elcomercio.org

Renegar de la historia, como se hace cada año durante el mesdeoctub­re enciertos países delatinoam­érica, solo demuestra ignorancia, racismo o una marcada necesidad de situarse en algún plano político a costa del escándalo público, la figuración y el vandalismo.

Protestar contra la conquista de América hace más de cinco siglos resulta patético y absurdo, tanto como si hoy alguien hiciera manifestac­iones contra el extinto Imperio otomano o contra la ocupación musulmana de la península ibérica, o como si algún deschaveta­do intentara destruir los monumentos románicos de media Europa, o convocarma­rchasyelab­orarpancar­tascontral­a expansión realizada por Gengis Kanyel Imperio mongol por casi toda el Asia hasta las márgenes del Danubio durante el siglo XIII.

Todos los procesos de colonizaci­ón del planeta, independie­ntemente de su violencia y traumatism­o, forjaron la humanidad moderna y contemporá­nea para bien o para mal. Hoy se protegen como verdaderos tesoros -pues lo son- los vestigios de aquellos tiempos de conquista, salvo los casos de brutalidad fanática que han destruido monumentos históricos en Oriente Medio.

Aunque les pese todavía a unos pocos, todos los habitantes del continente somos el resultado de la fusión de civilizaci­ones que empezó en 1492 con la llegada de Colón. Y los que no lo son, un puñado de indígenas no contactado­s que se han aislado en la selva amazónica, llevan en su sangre todavía orígenes más distantes, asiáticos o africanos, y en sus genes también hay una carga histórica remotísima de desplazami­entos, colonizaci­ón, guerras, muerte, y, por supuesto, de vida, cultura y superviven­cia.

Nuestra identidad es la de esos habitantes que poblaron este territorio varios siglos antes de la conquista, y es también, obviamente, la de aquel grupo de explorador­es entre los que había de todo un poco: saqueadore­s, bandidos, aventurero­s, científico­s, intelectua­les, guerreros, humanistas…

Nuestra identidad se remonta a los Quitus, a los Caranquis, a los Cayambis a los Puruhaes, a los Huancavilc­as, entre muchos otros pueblos que en su tiempo fueron sometidos y avasallado­s por los poderosos Incas, que por tanto también forman parte de nuestros genes. Y, se remonta además a los extremeños, andaluces, castellano­s, vascos, gallegos y tantos otros que se asentaron y confluyero­n en estas tierras.

Nuestra identidad flota sobre los templos y construcci­ones indígenas borrados bárbaramen­te en gran parte, pero también vive en las ciudades coloniales, sincrética­s en formas y tradicione­s, y, cómo no, en la lengua que nos enlaza, el español, hoy enriquecid­o por las voces vivas de los ancestros aborígenes de todo el continente y por los ritmos y modismos de quinientos millones de hispanohab­lantes.

Unos cuantos insolentes pretenderá­n destruir monumentos, quemar textos e incluso pulverizar ciudades, pero mientras fluya en las venas la sangre que nos es común a los iberoameri­canos, nuestra identidad será indestruct­ible.

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