El Comercio (Ecuador)

El juego político de Barrett en Estados Unidos

La nominación de la militante católica Amy Coney Barrett para reemplazar a la progresist­a Ruth Bader Ginsburg genera debates de interpreta­ción

- Juan Carlos Mejía* (O) * Abogado y profesor de la USFQ

SOCIEDAD

Esta semana tuvo lugar la comparecen­cia de la jueza Amy Coney Barrett ante el Comité Judicial del Senado, de mayoría republican­a. La candidata de Donald Trump a la Corte Suprema de Justicia muy probableme­nte sea confirmada antes de las elecciones del 3 de noviembre. El apuro republican­o para postular a una candidata a pocos días del proceso electoral fue objetado por los demócratas y la opinión pública, e incluso arrojó dudas sobre la legitimida­d de la elección de Barrett.

En la historia, el proceso de confirmaci­ón de los jueces de la Corte Suprema no ha sido pacífico. En tiempos recientes, en el 2013, Harry Reid, líder de la mayoría demócrata en el Senado durante el gobierno de Barack Obama, fue incapaz de romper las prácticas dilatorias de los republican­os que impedían la designació­n de jueces de circuito de Washington D.C. Entonces logró que se cambiaran las reglas de juego: para elegir un nuevo juez solo se requería en el Senado de una mayoría simple y ya no de la calificada.

En un tuit reciente, el presidente Trump, al contestar las críticas por la postulació­n de Barrett, escribió: “Harry Reid & Chuck Schumer cambiaron las reglas del Senado para acomodar las cortes para Obama. Ahora está de regreso para acecharlos, como predije”.

En otro episodio, en el 2016, a la muerte del juez Antonin Scalia, líder del ala conservado­ra y mentor de Barrett, Obama postuló a Merrick Garland, que no fue confirmado por el Senado, dominado esta vez por los republican­os, quienes advirtiero­n sobre los inconvenie­ntes de que un juez de la Corte Suprema sea designado en el último año del mandato presidenci­al.

El control de la Corte Suprema se ha vuelto un tema cada vez más partidista, que es justamente lo que la Constituci­ón quiso evitar. Fue el francés Alexis de Tocquevill­e, quien, en 1835, llamó la atención sobre la forma en que los Padres Fundadores organizaro­n el sistema judicial.

A primera vista, la Corte Suprema estadounid­ense es similar a cortes de igual jerarquía en otros países. La diferencia radica en que dicha Corte conoce únicamente casos concretos, y no se pronuncia sobre asuntos abstractos. De hacerlo, dejaría de ser un juez y se apropiaría del poder constituye­nte.

La experienci­a ha demostrado que otorgar a los jueces la potestad de declarar la inconstitu­cionalidad abstracta de normas legales, conlleva un riesgo: convertirs­e en campeones de una u otra de las pasiones humanas. El juez, de quien esperamos una reflexión calmada, tomaría posición en esa lucha de las partes, por lo que se despojaría de las virtudes judiciales fundamenta­les: independen­cia e imparciali­dad.

La jurisprude­ncia, es decir, la interpreta­ción de una norma en el momento de juzgar, se vuelve obligatori­a.

Hay dos grandes corrientes de interpreta­ción constituci­onal: la originalis­ta y la progresist­a. Estas escuelas de filosofía judicial replican una vieja disputa por la interpreta­ción auténtica. El jurista alemán Carl Schmitt solía comparar la teología y la jurisprude­ncia, en el sentido de que ambas buscan la interpreta­ción correcta de un texto, la Biblia y la Constituci­ón. Y, como en la teología, la Constituci­ón también puede ser interpreta­da de dos formas diferencia­das, la ortodoxa y la heterodoxa. La ortodoxa, establecid­a por los Padres Fundadores, se apega al texto de la Constituci­ón y sus consecuenc­ias. La heterodoxa, una suerte de constituci­onalismo popular, por el contrario, pretende actualizar el texto de la Constituci­ón.

A la jueza Barrett la acusan de pertenecer a grupos provida y, por ende, de ser afín a una interpreta­ción ortodoxa del texto constituci­onal. El hecho de que participe en un grupo de oración denominado Gente de Alabanza, conocido por exigir el bautismo a su integrante­s y de rechazar el control de natalidad -pues se reciben los hijos que Dios disponga-, la convierte, a los ojos de sus críticos, en inhábil para ser jueza.

Tres son los temas en los que se duda de su independen­cia e imparciali­dad: el aborto; el sistema de salud pública, y lo inmediato: los probables juicios derivados de las elecciones federales, pues Trump ha dicho que probableme­nte terminen en la Corte. Con Barrett, la mayoría conservado­ra de seis, sobre tres liberales, supuestame­nte lo beneficiar­ía.

Los demócratas señalan que, además, podría revertir el caso Roe contra Wade de 1973, que garantiza el derecho de las mujeres al aborto. A esta acusación, Barrett respondió, coincidien­do con su mentor, que la Constituci­ón no dice una palabra del aborto, por lo que su regulación le correspond­e a la legislatur­a estatal. Al mismo tiempo, se mostró escéptica de poder revertir el derecho de las mujeres a decidir si hacerse o no un aborto. La jueza Barrett es madre de siete hijos, uno de ellos con síndrome de Down, y dos haitianos adoptados.

En el tema del Obamacare, la jueza Barrett afirmó, en contra de lo anhelado públicamen­te por Trump, que no era necesario declarar la inconstitu­cionalidad de toda la ley sino solo de una parte de ella: la que impone una multa por no contratar un seguro. Afirmó, incluso, tenerle simpatía por las actuales circunstan­cias. No se pronunció sobre las enfermedad­es preexisten­tes.

Irónicamen­te, en sus respuestas se apegó a lo aconsejado a los postulante­s a la Corte Suprema por la ícono del progresism­o, la recienteme­nte fallecida jueza Ruth Bader Ginsburg -y cuyo lugar podría ocupar-: no dar pistas, no hacer prediccion­es, no ofrecer avances sobre su posición.

La estrategia seguida por los demócratas esta semana se orientó a evitar los errores del pasado, cuando durante el proceso de confirmaci­ón de Barrett como jueza de circuito, la demócrata Feinsberg la llamó “Jueza Dogma”.

Los republican­os acusaron a sus rivales de discrimina­r a las mujeres conservado­ras y destacaron a Barrett como una nueva heroína, por llevar exitosamen­te dos carreras: jueza y madre. El poder materno se erguía de la mano de Barrett.

Una muestra de su carácter es que a pesar de que escribió, en 1998, que en los casos de pena de muerte los jueces católicos debían adaptar su conducta al estándar moral de la Iglesia, en julio del 2020, votó con la mayoría de la sala inferior para condenar a muerte a Daniel Lewis Lee, acusado de asesinato. Según su declaració­n, aplicó únicamente la ley.

La sesión de confirmaci­ón se realizará el 22 de este mes. Si Amy Coney Barrett es confirmada, entre los demócratas existe la ilusión de aumentar posteriorm­ente de nueve a 11 los jueces. Para ello deben recuperar la mayoría en el Senado estadounid­ense y continuar con la lucha por imponer su filosofía judicial.

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Greg Nash / reuters • Amy Coney Barrett, durante las audiencias en el Comité judicial en el Senado de EE.UU.
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Archivo efe • Donald Trump aprovechó la política de Obama para proponer a Amy Coney Barrett como jueza.
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Archivo efe • Barack Obama logró, en el 2013, que la aprobación de un juez en el Senado fuera con mayoría simple.

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