Ocho zonas de riesgo existen en 17 km del río Monjas
Moradores de zonas como El Condado, Pusuquí, Pomasqui y San Antonio temen por la inestabilidad de los taludes cerca de sus casas
El río Monjas divide al norte de Quito en dos. Desde El Condado hasta San Antonio, se abre paso -a veces con calma, otras con violencia- y hace que la quebrada por la que atraviesa crezca. La fuerza de sus aguas ha hecho que la tierra de las laderas ceda hasta 20 metros en algunos tramos.
Y ahora que el invierno se avecina, las personas que viven cerca al afluente temen por su seguridad. En el sector de La Esperanza se ve cómo el agua y el viento han erosionado la ladera. Es irregular, como si un enorme tractor hubiese carcomido la tierra con su pala.
La última casa de la calle amenaza con caerse, ya perdió parte de su patio y la calle está cerrada porque incluso la vía está cuarteada. Otras dos se fueron abajo años atrás.
Más al norte, en El Común y en Santa Rosa de Pomasqui, la fuerza del agua royó la tierra y debilitó el talud. Desde el poblado se ve cómo al menos dos puntos se volvieron escombreras ilegales, y están llenos de tierra, piedras y basura.
Desde la av. Córdova Galarza se ve cómo a la altura de La Pampa, las casas cada vez se acercan más al filo de la quebrada. Ya se cayó una vivienda; una cancha y un parque tienen el acceso restringido porque están a punto de venirse abajo.
El río Monjas atraviesa 17 kilómetros de la urbe. Según Luis Collaguazo, gerente de operación de la Empresa Pública Metropolitana de Agua Potable y Saneamiento (Epmaps), gracias a un interceptor sanitario construido al borde de la ladera, el río ya no recibe a su paso todas las aguas residuales de la zona.
Estas son recolectadas y arrojadas al afluente más al norte, pasando San Antonio. Pero en algunos tramos y en el caso de los barrios irregulares que no están conectados al sistema de alcantarillado, todavía las aguas negras terminan contaminando el río.
El Monjas recibe las aguas lluvia del norte de Quito. Cuando cae un aguacero, el líquido que se drena por las alcantarillas de La Roldós, la Pisulí, Ponciano, Cotocollao, La Ofelia, San Carlos, Carcelén, entre otros, termina en su cauce.
Por eso, cuando llueve, el río ruge, dice Andrea Mina, quien vive en Pomasqui, a 20 metros de la quebrada. Se refiere a la fuerza con la que el agua choca contra el barranco y desprende árboles y piedras.
En septiembre del año pasado, el Concejo Metropolitano sesionó en Pomasqui y los moradores le dieron a conocer al alcalde Jorge Yunda el problema. La Secretaría de Seguridad presentó un informe al detalle de las zonas de riesgo. Son 14, en ocho tramos (ver mapa).
Entre ellas estaban La Esperanza, El Común, Balcón del Norte, Parcayacu, Ciudad Bicentenario, La Pampa, San Cayetano, piscinas de San Antonio, Santa Rosa y La Antonia.
En esos sectores se identificaron laderas de hasta 60 metros de alto y 80 grados de inclinación, donde la tierra es débil e inestable. Si a eso se le suman las consecuencias del cierre antitécnico de canteras, las quebradillas que se han rellenado para construir casas, los nuevos conjuntos que han impermeabilizado el suelo, asentamientos en las playas del río, y los intensos aguaceros del invierno quiteño, el resultado es, como dicen los vecinos, “una bomba de tiempo”.
Freddy Yandún, director Metropolitano de Gestión de Riesgos, asegura que la Alcaldía está al tanto de la situación, y que se conformó una mesa técnica con varias dependencias municipales.
Cuenta que se trazó una hoja de ruta para reducir el riesgo y actualmente trabajan en la recopilación de información.
Yandún explica que en cada una de las ocho zonas hay una intervención. En La Esperanza, por ejemplo, se está calificando el riesgo de unas casas (al parecer, las familias que allí habitan serán reubicadas) y están analizando cómo es el socavamiento del río para hacer una obra de mitigación.
Además -dice- van a colocar un sistema de alerta temprana para saber con anticipación cuando ocurra el incremento de caudal o el desprendimiento de los taludes. También detectaron que cerca de la entrada al Parque Equinoccial hay un cambio de dirección del cauce del río, lo que formó un meandro que afecta al talud.
Ahora saben que en las piscinas de San Antonio hay un estrangulamiento del cauce, es decir, el afluente se hace más profundo y la quebrada se hace más angosta.
Yandún admitió que pese a que hay acciones en cada punto, aún no hay un monto de inversión para las obras, ya que antes es necesario conocer la situación real del sector y realizar estudios. Las soluciones -asegura- van desde acercamientos con la gente, monitoreos y relocalización hasta obras complejas, como intervenciones en el cauce y mejoramiento de los taludes.
José Dulbecco, morador del sector, estuvo presente durante la sesión del Concejo en la que se analizó el tema, y asegura que no se ha avanzado.
Conoce a profundidad la problemática de la zona y teme que si no se toman acciones ocurra una desgracia, por lo que pide la intervención urgente de la autoridad. Explica que pese a lo grave de la situación, se construyen casas en la zona inundable del Monjas.
Es tiempo -sostiene- de dejar de hacer tantos estudios y empezar a intervenir. Los moradores piden que se declare en emergencia al Monjas, lo que posibilitaría buscar ayuda internacional en organismos que están dispuestos a colaborar. Caso contrario: “Esto es un crimen en potencia”.