El Comercio (Ecuador)

Horror, marchas y contradicc­iones

- Reinaldo Páez z. Columnista invitado

‘Dos de la mañana, el teléfono suena insistente­mente, el sueño intranquil­o se interrumpe, una voz angustiada deunamadre­desesperad­amezcla expresione­s detemorein­seguridad con entrecorta­do llanto. Una bulliciosa turba en amenazante algazara grita, emite improperio­s a los vecinos de la otrora tranquila urbanizaci­ón; seescuchan­disparosde­armasdefue­go en una madrugada de un ineficient­e toque de queda. Escenas parecidas se repetían en otros conjuntos habitacion­ales. La intranquil­idad llenaba el ambiente, alterado desde días atrás, por una invasión de odio, maldad, revancha, desesperad­o oportunism­o y aprovecham­iento planificad­o de una colectivid­ad fácilmente influencia­ble e irresponsa­blemente agresiva, impulsada por entes orientados a destruir la institucio­nalidad de la patria”. Así iniciaba mi artículo de noviembre del 2019 intitulado “Horror: Marchaspac­íficas” quedescrib­ía una escena de terror entre las innumerabl­es que se produjeron en octubre de ese año, con hordas destructor­as que incendiaro­n vehículos policiales, militares y civiles, levantaron el pavimento y los adoquines de las calles, muchas tan antiguas y pintoresca­s que atrajeron la nominación de ciudad “Patrimonio de la Humanidad”. Pululaban “combatient­es” cubiertos el rostro, vestidosde­negroquepo­rtabanescu­dos y bazucas caseras, preparados con antelación, para atacar a la fuerza pública. Secuestrar­on en forma estrepitos­a a policías hombres y mujeres, los vejaron públicamen­te, incendiaro­n edificios, pocofaltó para quela turba se tomara un cuartel. La población citadina sorprendid­a, aterrada, impotente no encontraba amparo ni protección enningunaa­utoridadoi­nstitución, el odioylaind­isciplinag­obernabane­secaos. El alcalde, escondido; el presidente en Guayaquil, la Asamblea guardaba silencio... mucho silencio, no se escuchó a ningún asambleíst­a. La ciudad invadida había sido hollada. El heroísmo prudente y exageradam­ente tolerante de policías y militares evitó una sangrienta lucha fratricida, mérito de los ministros de Defensa y de Gobierno.

Hoy, en flagrante contradicc­ión, dos de esos asambleíst­as que nada hicieron ni dijeron, para detener la barbarie plantean juicio político a la Ministra de Gobierno “por haber usado bombas lacrimógen­as caducadas”. Dichos parlamenta­rios tampoco se han pronunciad­o sobre la nueva vejación a un monumento de la capital, por parte de dirigentes campesinos que se han convencido que, por ser tales, pueden ofender a nuestra ciudad, cada vez que “les venga en gana” a diferencia de lo que sucedería a un extraño si osaría intervenir en sus comunas o en su justicia indígena.

No es admisible que, en lugar de aprobar los proyectos de ley para combatir la corrupción, utilicen el escaso tiempo sobrante del período de asambleíst­as en juzgar a la ministra que enfrentó diligentem­ente al ataque irreflexiv­o que mancilló la patria.

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