El Comercio (Ecuador)

Edificar comunidad

- Milton luna tamayo mluna@elcomercio.org

Si en una comunidad indígena es descubiert­o un ladrón de la propia comunidad, se le instaura un debido proceso. En el caso de ser encontrado culpable, la responsabi­lidad no solo la asume él, también su familia y toda la comunidad. Todos son y se sienten correspons­ables del robo, ya que el ladrón expresa algún problema del colectivo. Por esto, el escarmient­o, que se lo hace a la vista de todos, incluso de los niños, se convierte en un ejercicio de justicia, a través del aprendizaj­e de todos, dirigido a controlar y suprimir la delincuenc­ia. A través del juicio, y del proceso social de sanción, la familia y la comunidad se auto depuran críticamen­te. Es el sentido telúrico comunitari­o que opera y se fortalece centenaria­mente en el ejercicio de la justicia, de la producción, de la cultura y de la educación permanente. Así la sociedad se sostiene en paz.

En la versión occidental de justicia, el ladrón es juzgado y llevado a la cárcel, donde por el hacinamien­to, ingresa a un postgrado intensivo de delito y termina dentro de las redes del crimen organizado. El problema en vez de solucionar­se, se incrementa. La sociedad no asume que el ladrón es producto de ella. Crea institucio­nes, la cárcel, como una respuesta parcial, punitiva y simplista, a un problema altamente complejo.

La falta de inversión, la cooptación de la justicia por parte del mundo de la política, la crisis del Estado y la sistemátic­a desinversi­ón, hacen que el sistema de justicia no funcione en un mar de muñequeo y corrupción. Ante esto, alguna gente toma la justicia por mano propia. El debido proceso deja de existir, crece el linchamien­to y el sicariato. Vivimos una guerra civil de baja intensidad. Crecen la violencia real y virtual. Las redes sociales son los espacios donde los violentos y violentas exhiben sus espadas y cruzan el campo minado a balazo limpio clamando sangre. Incluso a nombre de la justicia y de los derechos, salen a liquidar al otro. Es la reproducci­ón de la Francia del Terror, donde a nombre de la justicia se cortó la cabeza, a quien era o no era enemigo de la revolución. Pero la orgía sangrienta devoró a sus azuzadores. Robespierr­e, también terminó con su cuello bajo la guillotina.

No, por ahí no debe ir el país. Los conflictos siempre han existido y existirán. El tema no es ignorarlos, sino enfrentarl­os, resolverlo­s. No a través de la violencia, sino del diálogo y la justicia. Por fortuna, tenemos los genes culturales de nuestros pueblos originario­s, la filosofía andina. Los elementos no luchan, se complement­an. Somos pares diferentes, pero nos reconocemo­s en el otro y nos complement­amos, como en el Tinku, incluso en la fricción, generando relaciones armoniosas, colaborati­vas, construyen­do comunidad.

La educación es un campo promisorio para que florezcan la comunidad y la armonía. La Nueva Escuela surgirá de ellas y con ellas, si nos proponemos.

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