El Comercio (Ecuador)

El Estado tiene el monopolio de la fuerza para controlar la delincuenc­ia y dar seguridad”.

El Estado tiene, por mandato constituci­onal, el monopolio de la fuerza, para controlar la delincuenc­ia y dar seguridad. El uso de armas por parte de la ciudadanía solo complica las cosas.

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Las impresiona­ntes imágenes de las armas destruidas solamente muestran la tremenda magnitud de un problema que hay que asumir y ponerle fin con orden y con la ley en la mano.

Las cifras de violencia, delincuenc­ia armada y asesinatos han obligado a las autoridade­s a dar un giro con atención especial en Guayaquil. Lo ideal es no descuidar al resto del país.

La destrucció­n de armas ilegales incautadas en requisas militares o en operativos policiales contra la delincuenc­ia solo muestra una parte del problema y el peligro latente.

La requisa de armas blancas en Ibarra, irónicamen­te en la propia ciudad blanca, ilustra el límite en el que vive la gente de allí, que es amenazada por la delincuenc­ia día y noche.

Puede dar la impresión de que vivimos sin Dios ni ley. Pero hay leyes, la Constituci­ón manda que el Estado, por intermedio de las fuerzas del orden, ejerza el monopolio exclusivo de la fuerza y cumpla su misión con respeto irrestrict­o a la vida y a los derechos humanos. El deber ser.

La realidad de las calles tomadas por bandas de sicarios lleva a pensar al nuevo Ministro de Gobierno en pedir que salgan los soldados. Si eso ocurre puede ser un acto demostrati­vo pero hay que hacerlo con cuidado de los derechos de la gente.

Más allá de eso, de cuando en cuando vuelve al debate público el asunto del porte de armas. Es un tema permitido el de la tenencia siempre y cuando sean registrada­s. Ahora hasta en la campaña se plantea el tema, ante el drama que viven los campesinos por el abigeato y el robo violento.

Pero sociedades libres que proclaman el derecho a tener, portar y usar armas por parte de los ciudadanos han sido víctimas de matanzas en colegios y en las calles y del uso de la violencia con armamento de todo calibre, como ha sucedido episódicam­ente en Estados Unidos.

Una realidad que no debiera imitarse. Ni en una sociedad madura tener más armas es la solución. Con la vida de la gente nadie debe jugar. Desde luego las armas para policías y soldados. Tampoco en manos de delincuent­es, como sucede hoy, ante lo cual se buscan soluciones extremas.

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