El peligro de la desesperanza
Una crisis como la que vivimos trae múltiples peligros en salubridad, economía y política. La pandemia nocede, cada vez que los ciudadanos aflojan las precauciones, el virus se hace más agresivo y peligroso. La consecuencia es un número ya tenebroso de muertos y contagiados. La economía no recupera su dinámica y su paralización provoca desempleo, hambre, inseguridad y desesperanza. En estas condiciones, la política, con graves dificultades y abocada a un proceso electoral, no ayudará a resolver los problemas sino a empeorarlos.
El foro organizado por Polibio Córdova sobre el panorama de la realidad nacional dejó en claro que la campaña electoral no se ha iniciado todavía y que resulta prematuro anticipar resultados. Se impone, sin embargo, la polarización entre dos tendencias, una que propone más Estado y otra que plantea más mercado libre. El apunte tal vez más importante fue la reflexión sobre el grado de pesimismo y disgusto del electorado que es así proclive a creer en promesas populistas, aunque no sean más que ilusiones y quimeras. En situaciones de desesperanza es más fácil aceptar mentiras agradables que verdades desagradables.
En efecto, el pesimismo y la desesperanza no alientan decisiones razonadas, más bien conducen a esperar milagros y confiar en magos y charlatanes. La situación se presta para sorpresas irritantes si es que los partidos y los candidatos no asumen sus responsabilidades y hablan con la verdad.
La situación ecuatoriana es consecuencia de una larga crisis delos partidos políticos y de las instituciones. Los partidos merecen la confianza de apenas un 4% de la población, menos de un millón de ecuatorianos, cuando los partidos aseguran tener diez millones de afiliados.
Necesitamos reformas que cambien la manera de ver y asumir la política. Una de las enmiendas necesarias es el voto opcional, solo deben participar enlas elecciones ciudadanos que se interesan en la cosa pública, no quienes van por temor a multas o estorbos burocráticos. Los partidos deben contar con afiliados reales y con un número mínimo de electores. Los partidos deben asumir la responsabilidad de los candidatos que presentan y los candidatos deber llevar los equipos de gobierno formados por el partido y aplicar la ideología y los planes económicos presentados por el partido. Si la gestión de gobierno carece de relación con los partidos, si los elegidos se divorcian del partido al día siguiente de la elección, no cabe continuidad ni coherencia.
Si continuamos con las anomalías que hemos visto: candidatos cuya pertenencia a algún partido nunca se conoció, candidatos que cambian de partido semanas antes de la elección, candidatos declarados traidores por el partido después de haber sido inscritos. Si las leyes de partidos y los reglamento selectorales son interpreta dos según las conveniencias, entre gallos y medianoche, la desesperanza ciudadana nos dará amargas sorpresas.