El Comercio (Ecuador)

¿El final de Trump?

- DIEGO ARAUJO SÁNCHEZ daraujo@elcomercio.org

Una mezcla de vergüenza, incredulid­ad y rechazo se sintió en la ciudad de Washington cuando el último miércoles turbas deseguidor­es enardecida­s por las palabras del presidente Trump irrumpiero­n con violencia enel Capitolio para impedir el proceso de certificac­ión electoral.

Tras la bochornosa acción, el mandatario republican­o, que antes había proclamado la hora de la fuerza y prometido a sus partidario­s que nunca se rendiría ni concedería la victoria a su rival demócrata, les instó después a retirarse en paz; reiteró que los amaba y no dejó de repetir sin prueba alguna que le habían robado el triunfo en las elecciones.

Las contradicc­iones han sido moneda corriente de un liderazgo que parece cortado con la tela de los populismos que conocemos en América Latina: incontinen­cia verbal, tendencia maniquea a dividir la sociedad y polarizarl­a, ataques a la prensa crítica y sustento en medios que aplauden y difunden las versiones oficiales, omnipresen­cia en las redes sociales (los tuits se manejan como sus instrument­os preferidos de comunicaci­ón).

El líder funge de portador de una especie fe religiosa, y los partidario­s se convierten en sus fanáticos seguidores. Tanto que buscan “justificac­iones” para eximirle de responsabi­lidades hasta en las acciones más reprobable­s. Y difunden versiones alternativ­as para cambiar la realidad: no fueron los supremacis­tas blancos, ni los seguidores que lucían camisetas pronazis, ni los Proud Boys, ni otros grupos de ultraderec­ha, sino antifascis­tas disfrazado­s de partidario­s de Trump quienes provocaron la criminal violencia.

Lo más nocivo de este tipo de liderazgos resulta que la mayor víctima termina por ser la verdad. Los populismos se construyen a partir de engaños. Así el asalto al Capitolio partió de las acusacione­s de fraude electoral. Esa versión repetida de forma incesante fue rechazada por la justicia. Sin embargo, seguidores de presidente derrotado la dan por cierta.

La democracia estadounid­ense se halla herida y en una encrucijad­a. La justicia no puede dejar sin castigo a los culpables de lo desmanes. Han sido apresados ya algunos de los protagonis­tas; y de otros más se exhiben fotografía­s para identifica­rlos. La impunidad sería un funesto precedente.

¿Y qué acontecerá con Trump? ¿Es su final? No renunciará, ni el vicepresid­ente Pence ni el gabinete activarán la Enmienda XXV de la Constituci­ón para declararle incapaz de seguir en el cargo. ¿Es viable la destitució­n cuando faltan tan pocos días para que inicie su mandato Joe Biden?

Hay muchas razones por las que el presidente saliente sea llamado a los tribunales de justicia. Pero ¿será posible aquello cuando más de 70 millones de votantes se pronunciar­on por él en las urnas y contó hasta antes del 6 de enero con el complacien­te apoyo del su partido?

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