Confesiones en pandemia
En estos tiempos de pandemia, con cifras de enfermos y de muertos que nos dejan impactados y desconcertados, inquietos y temerosos, creo que es importante retomar el tema de la espiritualidad humana, al que todos, creyentes y no creyentes, tenemos acceso por razón de nuestra condición humana.
La pandemia me ha hecho vivir experiencias limitantes que emergen de lo profundo del corazón: el miedo a contagiarse, a estar contagiado, a contagiar, a sufrir y a morir, sin apenas tener tiempo para poner las cosas en orden, para despedirte o hacer testamento… Lo cierto es que puede haber un relámpago de luz, pero las cosas fundamentales no se improvisan en un minuto de desgracia. Hay que prepararse, madurar y sembrar aunque sólo sea para que otros recojan los frutos. Los otros del alma, los que algún día te miraron con ternura y temblaron contigo, los que recibieron tu amor y te entregaron el suyo.
Vivir en esta dimensión de ternura y de trascendencia no es fácil en un mundo tan acelerado, dionisíaco y superficial como el nuestro. Se necesitan tiempos, espacios, relaciones íntimas, silencios sonoros y ganas de traspasar las barreras que nos dificultan la ascensión de forma luminosa al sentido de la vida. Cierto que el endeudamiento, el deterioro del medio ambiente, la carestía de la canasta familiar, la educación de los hijos, la capacitación académica, las elecciones generales, las medidas de bioseguridad, la falta de trabajo y la necesidad compulsiva de comprar y de vender son problemas suficientes para ocupar la vida entera. Pero me temo que, en realidad, no sean tan suficientes… Necesitamos algo más si no queremos perdernos en medio del desierto invasor.
Siento que el camino integrador es la espiritualidad, la capacidad de descubrir el valor de la persona, del amor y de la libertad, de la irrenunciable dignidad a la que el hombre está llamado. Los cristianos sentimos que, desde el principio, esa llamada ha iluminado el cosmos, la vida y el pensamiento. Por eso la espiritualidad forma parte de nuestro modo de vivir y de amar. Nadie puede renunciar a pisar tierra, a construir una sociedad más justa, equitativa, humana y feliz, pero en medio de las preocupaciones del cada día, es necesario penetrar en los entresijos del misterio…
Ante el dolor y el amor conviene quedarse pasmado de vez en cuando… De aquí el valor de la meditación o de la contemplación de la vida como camino de purificación de las propias sombras, de los miedos que nos atenazan. Cuando hago este ejercicio siento que mi nivel de humanidad sigue siendo muy pobre y, al mismo tiempo, siento la necesidad de crecer y de subir al nivel en el que realmente me corresponde vivir. No quisiera que la pandemia anulara mi fe, mi esperanza, el sentido profundo de cuanto creo y amo. Este tiempo es un tiempo de rendición de mi conciencia. En fin, que lo que me pase, sea con Él.