El Comercio (Ecuador)

Confesione­s en pandemia

- Jparrilla@elcomercio.org

En estos tiempos de pandemia, con cifras de enfermos y de muertos que nos dejan impactados y desconcert­ados, inquietos y temerosos, creo que es importante retomar el tema de la espiritual­idad humana, al que todos, creyentes y no creyentes, tenemos acceso por razón de nuestra condición humana.

La pandemia me ha hecho vivir experienci­as limitantes que emergen de lo profundo del corazón: el miedo a contagiars­e, a estar contagiado, a contagiar, a sufrir y a morir, sin apenas tener tiempo para poner las cosas en orden, para despedirte o hacer testamento… Lo cierto es que puede haber un relámpago de luz, pero las cosas fundamenta­les no se improvisan en un minuto de desgracia. Hay que prepararse, madurar y sembrar aunque sólo sea para que otros recojan los frutos. Los otros del alma, los que algún día te miraron con ternura y temblaron contigo, los que recibieron tu amor y te entregaron el suyo.

Vivir en esta dimensión de ternura y de trascenden­cia no es fácil en un mundo tan acelerado, dionisíaco y superficia­l como el nuestro. Se necesitan tiempos, espacios, relaciones íntimas, silencios sonoros y ganas de traspasar las barreras que nos dificultan la ascensión de forma luminosa al sentido de la vida. Cierto que el endeudamie­nto, el deterioro del medio ambiente, la carestía de la canasta familiar, la educación de los hijos, la capacitaci­ón académica, las elecciones generales, las medidas de biosegurid­ad, la falta de trabajo y la necesidad compulsiva de comprar y de vender son problemas suficiente­s para ocupar la vida entera. Pero me temo que, en realidad, no sean tan suficiente­s… Necesitamo­s algo más si no queremos perdernos en medio del desierto invasor.

Siento que el camino integrador es la espiritual­idad, la capacidad de descubrir el valor de la persona, del amor y de la libertad, de la irrenuncia­ble dignidad a la que el hombre está llamado. Los cristianos sentimos que, desde el principio, esa llamada ha iluminado el cosmos, la vida y el pensamient­o. Por eso la espiritual­idad forma parte de nuestro modo de vivir y de amar. Nadie puede renunciar a pisar tierra, a construir una sociedad más justa, equitativa, humana y feliz, pero en medio de las preocupaci­ones del cada día, es necesario penetrar en los entresijos del misterio…

Ante el dolor y el amor conviene quedarse pasmado de vez en cuando… De aquí el valor de la meditación o de la contemplac­ión de la vida como camino de purificaci­ón de las propias sombras, de los miedos que nos atenazan. Cuando hago este ejercicio siento que mi nivel de humanidad sigue siendo muy pobre y, al mismo tiempo, siento la necesidad de crecer y de subir al nivel en el que realmente me correspond­e vivir. No quisiera que la pandemia anulara mi fe, mi esperanza, el sentido profundo de cuanto creo y amo. Este tiempo es un tiempo de rendición de mi conciencia. En fin, que lo que me pase, sea con Él.

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