El Comercio (Ecuador)

La esperanza de violeta

- MONSEÑOR JULIO PARRILLA jparrilla@elcomercio.org

Al comienzo del nuevo año, quisiera insistir en el tema de la esperanza. Y, si bien para nosotros, los cristianos, la espera ya se acabó y sentimos que el tiempo se ha cumplido, creo que una palabra de esperanza activa nos viene bien a todos. Máxime en el atrio de un nuevo año que, en los avatares de la vida social y política, amanece preñado de nubarrones.

En estos días visité a la señora Violetita, una anciana de 98 años que se ha roto la cadera desgastada y descalcifi­cada por los años. Mujer imparable en su vida, madre de siete hijos y abuela y bisabuela de un ejército de pimpollos, recibió mi bendición y me lo dejó bien claro: “Voy a seguir al pie de la letra lo que me ha dicho el médico, porque no quiero estar toda la vida con molestias”. Al salir de la casa pensé: cuidarse para no tener molestias durante toda la vida, con 97 años a cuestas, es ciertament­e un signo de esperanza. Otros pensarían que ya no merece la pena vivir…

Con motivo de la Navidad y del Año Nuevo, me han llegado un montón de mensajes de esperanza. En medio del desánimo que me causan la pandemia y la política, los he agradecido, pues siento que la esperanza no siempre circula por nuestros barrios y circunvala­ciones. ¡Cuánta noche oscura nos descoloca y nos cuestiona de continuo! Esta vida nuestra parece la sala de la UCI, donde los hombres nos recuperamo­s todos los días de las mil frustracio­nes y dolores que nos acompañan. No sé si intuyendo lo que se nos venía encima, el Papa, hace ya algún tiempito, dijo que la Iglesia tenía que ser para la gente un auténtico hospital de campaña. La pandemia ha sido para muchos un balcón privilegia­do para contemplar la vida que pasa. Sin quererlo, nos hemos convertido en controlado­res descontrol­ados, necesitado­s de cuidado, ayuda y vacuna. Quizá, simplement­e, es tiempo de saber en quién ponemos nuestra esperanza. Recuerdo la obra de Samuel Beckett, donde los payasos esperaban a Godot, que nunca llegaba. El cruel Pozzo decía: “Hoy no vendrá, pero mañana seguro que sí”, mas Godot nunca aparecía…

Algo semejante nos puede pasar a todos, también a los cristianos, a aquellos que han hecho de su fe una ideología sin contenido humano, sin encarnacio­nes necesarias, sin cruz y vida, una fe de grafiti, de slóganes piadosos, ajena al dolor del hombre, discursiva pero vacía de misericord­ia. Estamos necesitado­s de esperanza, de promesas cumplidas, de políticos éticos y veraces, de cristianos comprometi­dos con la vida y la historia, de gente buena que no consienta que los pobres se desangren más… Bienvenido el nuevo año, pero no se hagan ilusiones. Pasarán las hojas del calendario y el desafío será el mismo: no perder el tren de la vida por miedo o comodidad. No permitamos que en este tiempo del Ecuador sólo pase el tiempo. Que la luz de la fiesta no la apague la adversidad. ¡Qué joya la querida y quebrada señora Violeta!

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