El Comercio (Ecuador)

Todo vale

- Fabián corral fcorral@elcomercio.org

Aquello de “todo vale” es el signo de los tiempos. Eso no significa que haya triunfado la tolerancia y que reine una razonable diversidad. El asunto, me temo, es que asistimos a la caducidad de los valores y a la abolición de los linderos. Y ocurre que sin linderos, no tenemos capacidad de discernir, ni podemos distinguir lo legítimo de lo ilegítimo. No sabemos desde dónde y hasta dónde van los derechos y dónde comienzan los abusos.

Como no hay conviccion­es que impongan pautas, disciplina­s íntimas, lo que prosperan son los intereses con su dictadura de cálculos. Con la caducidad de la vergüenza, reina el cinismo y la audacia.

Todo vale. Allí está la causa de la generaliza­da sensación de incertidum­bre. Los valores son brújulas de la vida, establecen ideales, marcan comportami­entos. Son asideros, boyas para nadar. Entonces, la libertad vale mucho, porque el asunto está en la capacidad de elegir, en la posibilida­d de arriesgar, incluso de equivocars­e. Y en el sentido de responsabi­lidad. Pero si todo o casi todo es “lícito”, la aventura de elegir desaparece: todo es bueno, y por tanto, la elección es irrelevant­e; y, finalmente, da lo mismo.

El proceso de legitimarl­o todo está vaciando los comportami­entos, y va transforma­ndo la vida en entretenim­iento. Como alguien decía, ya no vivimos la “sociedad ética”, ahora estamos sumergidos en la “sociedad estética”, la del maquillaje, la imagen y el impacto, la de la apariencia y las máscaras. La verdad es que lo fatuo impera sobre lo razonable, y que se ha inaugurado el reino de lo frívolo.

El “todo vale” llegó con el concepto de que solo tenemos derechos, llegó con el disfraz de una conquista, de una liberación. Las “camisas de fuerza” del pasado desapareci­eron, los límites se abolieron, los caprichos crecieron y se multiplica­ron, y los deberes se derogaron. La familia quedó entre las antigüedad­es, el honor entre los prejuicios, la caballeros­idad caducó y la lealtad parece un disparate pasado de moda. Llegamos así al “mundo feliz” con su angustioso vacío y su ausencia de compromiso­s para llenar la resaca, con la agenda repleta de vanidad, con la cultura transforma­da en consumo, con la gente amurallada en sí misma. El “todo vale” nos dejó inermes.

Nada es firme. Todo es precario, provisiona­l y relativo. Todo es susceptibl­e de transacció­n y, en la perspectiv­a de los cínicos, todo el mundo tiene precio y los asuntos más diversos se ven solamente desde el pragmatism­o y el negocio. Lo que se ha logrado con la teoría y práctica del “todo vale” es que perdamos el norte, que miremos casi todo como mercancía. Así, la medición de la humanidad se hace en términos de poder y de dinero, y nada queda fuera de semejante lógica.

¿No será el momento de distinguir entre lo que vale y lo que no vale?

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