El Comercio (Ecuador)

Muerte por covid

- Enrique Echeverría eecheverri­a@elcomercio.org

En la partida del Registro Civil sobre la muerte reciente de un caballero en plenitud de vida, constan las siguientes causas: Insuficien­cia respirator­ia aguda, neumonía viral, covid-19, síndrome respirator­io, fallo múltiple. Sus parientes acudieron a los servicios de uno de los más competente­s hospitales de Quito, pero todo fue en vano: el covid lo mató. Cuando el Médico realiza un examen previo, introduce en la nariz un hisopo para recoger muestra. ¿De qué? De coronaviru­s, que haya ingresado, igual que por la boca y los ojos; y se prepara para invadir los pulmones, donde se reproduce hasta impedir que la víctima pueda respirar y caiga en asfixia y muerte. En una comparació­n, se dice que los pulmones parecían de piedra.

También ataca a los demás órganos: por ejemplo, el estómago ya destrozado, empieza a expeler diarrea. En el curso de la enfermedad, se produce mucho dolor. Los médicos auxilian inyectando sedantes.

La ciudadanía debe saber que ese calvario demanda gastos cuantiosos que pagan el gobierno, el Seguro Social, la Beneficenc­ia en Guayaquil y los parientes del enfermo. Si en esta batalla los familiares acuden a casas de salud privadas y es necesario ponerlo en cuidados intensivos, los costos son sumamente elevados: entre 2 000 y 3 000 dólares diarios

En uno y otro caso, introducen al enfermo grave un tubo de plástico hasta la tráquea; desde allí el oxígeno combate el virus y en muchos casos, hay salvación. La ciudadanía del Ecuador recibe informació­n e instrucció­n limitadas: la reducen a lavarse las manos frecuentem­ente con abundante jabón; utilizar mascarilla y mantener distancia de 2 metros. La mascarilla evita que el portador que tiene el virus en la nariz, cuando estornuda lo envíe en las burbujas de la saliva. Reunirse sin distancia razonable entre las personas, permite el contagio fácil.

Se observa que no permiten velorio, ni sepelio de la víctima. Por ello, toda vez que el cadáver tiene el virus por millares, lo incineran en un horno. Lo mucho que pueden esperar los deudos es un puñado de polvo de sus huesos. Una campaña informativ­a de estas realidades, divulgada en términos simples y conocidos para la generalida­d, y si evitamos el uso del lenguaje científico y difícil de comprender fácilmente, es indispensa­ble, conjuntame­nte con la publicidad que ahora difunde el sector oficial.

Es hora también de utilizar la ley contra los rebeldes a las órdenes oficiales de prevención; a aquellos que organizan fiestas clandestin­as, en las que el contagio es inevitable; en general contra quien atente la salud pública. Si hay en esta nota algún error, especialme­nte por no usar el lenguaje médico pertinente, el lector se dignará comprender que es una contribuci­ón a un problema que atormenta con grandes dolores hasta la muerte del paciente.

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