Combatir el hambre
Poco a poco la pandemia nos ha ido cercando y sometiendo hasta tal punto que muchos de los problemas que experimentamos se han normalizado. El covid 19 ha sido una tragedia, un enorme sufrimiento para nuestra sociedad ecuatoriana y, en especial, para cuantos han muerto o han sentido el desaliento de la muerte en la carne rota de sus seres queridos. La enfermedad, la agonía y la lucha por sobrevivir, el paso por la UCI, la ausencia de camas y de respiradores, las listas de espera, la peregrinación de farmacia en farmacia, los cementerios saturados, la soledad de vivos y muertos,… se acabó imponiendo como parte del paisaje habitual. Y, como un contrapunto maldito, las fiestas clandestinas, las aglomeraciones, el chupe a discreción según el arbitrio de cada uno en cualquier tugurio, esquina o balcón… Son realidades que nos dan la pauta de nuestra inconsciencia, de nuestra capacidad para convivir con la muerte.
Toca seguir de cerca este calvario y tratar de paliar al menos tanto dolor y rabia. A través de Cáritas hemos intentado con enorme esfuerzo hacer frente a la realidad del hambre pura y dura. Los pobres han crecido como hongos y muchas familias han experimentado qué significa no tener un pan que llevarse a la boca. En esa medida ha habido que hacer el intento de responder, inventar, pedir y suplicar para multiplicar el pan.
Normalizada la necesidad, para muchos el hambre ha dejado de ser noticia. Quizá es una cuestión que les queda lejana. Por eso, aunque pueda parecer impertinente, les pido que acabemos con esta desidia y pongamos de nuestra parte para eliminarla. Entre todos. Más allá de las palabras, hay que preocuparse de las personas de carne y hueso, pensando que los hambrientos no son números de una estadística, sino, como nosotros mismos, seres humanos necesitados de pan y de esperanza. Tienen nombre, rostro y marejadas gastrointestinales, ese vacío reconocible por todos cuando tenemos ganas de comer.
La pandemia va para largo y sus consecuencias también. Las familias empobrecidas hoy, sin trabajo y sin oportunidades, seguirán sintiendo hambre mañana. ¿Podrán los gobiernos afrontar este inmenso desafío? ¿Será únicamente un problema de presupuesto? Sin duda que el dinero es primordial y que la crisis económica y moral dificulta mucho las cosas. Pero hay algo más, mucho más, que hay que tener en cuenta. Da escalofrío pensar que un tercio de la producción mundial de alimentos no se aprovecha. Mientras los alimentos se pierden en el hemisferio norte (Ecuador también tiene sus particulares hemisferios), en el sur toca arrebañar lo que se puede, quizá las migajas que caen del mantel. No esperemos a que las instituciones solucionen el problema. Los pobres son nuestros, de cada uno de nosotros. Son responsabilidad de todos. Plantémosle cara al hambre.