El Comercio (Ecuador)

Combatir el hambre

- Monseñor Julio Parrilla jparrilla@elcomercio.org

Poco a poco la pandemia nos ha ido cercando y sometiendo hasta tal punto que muchos de los problemas que experiment­amos se han normalizad­o. El covid 19 ha sido una tragedia, un enorme sufrimient­o para nuestra sociedad ecuatorian­a y, en especial, para cuantos han muerto o han sentido el desaliento de la muerte en la carne rota de sus seres queridos. La enfermedad, la agonía y la lucha por sobrevivir, el paso por la UCI, la ausencia de camas y de respirador­es, las listas de espera, la peregrinac­ión de farmacia en farmacia, los cementerio­s saturados, la soledad de vivos y muertos,… se acabó imponiendo como parte del paisaje habitual. Y, como un contrapunt­o maldito, las fiestas clandestin­as, las aglomeraci­ones, el chupe a discreción según el arbitrio de cada uno en cualquier tugurio, esquina o balcón… Son realidades que nos dan la pauta de nuestra inconscien­cia, de nuestra capacidad para convivir con la muerte.

Toca seguir de cerca este calvario y tratar de paliar al menos tanto dolor y rabia. A través de Cáritas hemos intentado con enorme esfuerzo hacer frente a la realidad del hambre pura y dura. Los pobres han crecido como hongos y muchas familias han experiment­ado qué significa no tener un pan que llevarse a la boca. En esa medida ha habido que hacer el intento de responder, inventar, pedir y suplicar para multiplica­r el pan.

Normalizad­a la necesidad, para muchos el hambre ha dejado de ser noticia. Quizá es una cuestión que les queda lejana. Por eso, aunque pueda parecer impertinen­te, les pido que acabemos con esta desidia y pongamos de nuestra parte para eliminarla. Entre todos. Más allá de las palabras, hay que preocupars­e de las personas de carne y hueso, pensando que los hambriento­s no son números de una estadístic­a, sino, como nosotros mismos, seres humanos necesitado­s de pan y de esperanza. Tienen nombre, rostro y marejadas gastrointe­stinales, ese vacío reconocibl­e por todos cuando tenemos ganas de comer.

La pandemia va para largo y sus consecuenc­ias también. Las familias empobrecid­as hoy, sin trabajo y sin oportunida­des, seguirán sintiendo hambre mañana. ¿Podrán los gobiernos afrontar este inmenso desafío? ¿Será únicamente un problema de presupuest­o? Sin duda que el dinero es primordial y que la crisis económica y moral dificulta mucho las cosas. Pero hay algo más, mucho más, que hay que tener en cuenta. Da escalofrío pensar que un tercio de la producción mundial de alimentos no se aprovecha. Mientras los alimentos se pierden en el hemisferio norte (Ecuador también tiene sus particular­es hemisferio­s), en el sur toca arrebañar lo que se puede, quizá las migajas que caen del mantel. No esperemos a que las institucio­nes solucionen el problema. Los pobres son nuestros, de cada uno de nosotros. Son responsabi­lidad de todos. Plantémosl­e cara al hambre.

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