Dimensión política de la pandemia
La pandemia puso contra las cuerdas a la sociedad, a la ciencia y al poder. La ciencia ha reaccionado y, pese a todas las dificultades, al escepticismo y a las teorías de conspiración, las vacunas, que ya circulan en el mundo, son signo de la potencia y de la capacidad de reacción de la ciencia. Nunca en la historia se ha investigado bajo tanta presión y se han obtenido resultados en pocos meses.
La sociedad, sometida a todas las tragedias, en general, ha soportado con estoicismo sus muertos, la crisis del sistema hospitalario, las angustias del encierro, la negación de sus esperanzas, la inseguridad, la política, los eventos de la naturaleza, los aguaceros infinitos, deslaves y erupciones. Ha sido actor y testigo de una suerte de hundimiento donde naufragan los valores. Se ha adaptado con sacrificio a la educación a distancia, a la ruptura de sus nexos personales, al distanciamiento. Ha buscado formas de sobrevivencia entre el desempleo y las innumerables quiebras. Sin embargo, ha habido irresponsables, que aprovechando la crisis del principio de autoridad, y haciendo gala de disparate, han promovido fiestas y violado las reglas que aconseja la mínima precaución. El centro de Quito es el constante escenario de esa suerte de imprudencia colectiva.
El Estado, al contrario, ha demostrado una incapacidad clamorosa. Durante este largo año, la pandemia desnudó la debilidad de las instituciones, la corrupción congénita, la absoluta falta de lucidez para enfrentar el problema. Nada de liderazgo, nada de claridad, nada de firmeza, nada de grandeza en la adversidad. Salvo la actuación ejemplar de médicos y personal sanitario y de apoyo, ningún poder ha estado a la altura. Ningún personaje político ha destacado por su generosidad, su claridad o su firmeza. Tachos personajes han sido todos. La legislatura sigue entrampada en sus viejos códigos de comportamiento político; nada de leyes oportunas, novedosas, que enfrenten la fuerza mayor extraordinaria; nulas iniciativas para plantear y resolver la superación del Derecho. Al contrario, la clásica cicatería, la inveterada mezquindad de los grupos que dominan la Asamblea. Un Ejecutivo opaco, entrampado, agobiado por errores y tardanzas. Una campaña electoral que es ejemplo de lo que no puede, ni debe ser, el ejercicio de la democracia: espectáculo colmado de discursos, ofertas imposibles, noticias falsas y medias verdades.
Terrible año en que, a la pandemia, al desempleo y a los hechos de la naturaleza, se sumaron episodios sangrientos, como los de las cárceles, abusos y escándalos incalificables y la evidencia de lo que puede ser el poder: una maquinaria que hace daño, un sistema que anula las esperanzas, una cotidiana confesión de cálculo, propaganda e incompetencia.