Unas letras para Cuba
Hace algunos años visité Cuba y fui testigo de las enormes contradicciones que identifican y aquejan a ese país. Por un lado, me sedujo el esplendor de La Habana, una ciudad cuya grandeza se quedó congelada en el tiempo, pero que acusa el deterioro provocado por una crisis económica, social y especialmente política, tan añeja como sus propios orígenes.
No puedo decir que conozco la Cuba profunda sino a través de los libros, que aunque puede ser la mejor forma de internarse, explorar y descubrir un lugar y a su gente, siempre estará condicionada por la particular perspectiva de sus autores. Por fortuna, en mi caso, esos escritores y sus obras me han dado la oportunidad de conocer con cierta amplitud y desde puntos de vista diversos a su gente, su modo de vida, y sobre todo, las luces y sombras de esa nación.
Desde José Martí, el héroe y narrador, desgraciadamente desfigurado y secuestrado (su discurso y su imagen) por la dictadura, pasando por el enorme Alejo Carpentier o por el complejo e inclasificable José Lezama Lima y su ‘Paradiso’, o por el afamado Guillermo Cabrera Infante y su notable obra ‘ Tres Tristes Tigres’, o por el valiente transgresor Reinaldo Arenas, o por la prolífica y certera pluma de Leonardo Padura, o bien por la descarnada y atrevida prosa de Pedro Juan Gutiérrez, he logrado recorrer buena parte de la vida del admirable pueblo cubano.
Hoy, al parecer, los cubanos han empezado a despertar y han resuelto buscar finalmente su libertad con valentía. En este punto, no puedo dejar de recordar a los personajes de aquellos libros, como Mario Conde, por ejemplo, que estaría sin duda en las calles enfrentando a la tiranía con su voz, derrochando coraje para alejarse de una vez por todas de estado forzoso de miedo y silencio, de hambre y limitaciones, de persecución y delaciones.
No puedo dejar de recordar a Reinaldo Arenas y su desgarradora autobiografía titulada ‘Antes que anochezca’, y lo imagino allí en el malecón de La Habana, confundido con una multitud que ahora se atreve a gritar a viva voz la amargura a la que la han llevado, y a clamar por su libertad, por un futuro en el que de verdad toda su gente sea igual y goce de los mismos derechos, no como ahora que se los trata como ciudadanos de segunda categoría, como apestados que no pueden ni merecen entrar a un hotel o a las tiendas o restaurantes a los que sí asisten los turistas y la clase política privilegiada, los tiranos y sus cómplices y servidores más cercanos a los que no les falta nada ni sufren la escasez, el hambre ni el acoso infame del gobierno.
Y, recuerdo, cómo no, a mi querido amigo y también personaje de ‘Náufragos en tierra’, César Gómez Hernández, expedicionario del Granma, revolucionario y más tarde perseguido por el régimen cuando se atrevió a cuestionar la tiranía, cuando recordó a sus compañeros que el objetivo final era la libertad y la independencia, lo que hoy, su pueblo, una vez más reclama con gritos desesperados.