El Comercio (Ecuador)

No somos Alemania

- ERNESTO ALBÁN GÓMEZ Columnista invitado

Luego de dieciséis años, ha llegado a su fin la era de Angela Merkel. El dato, ya de por sí axiomático, adquiere una dimensión todavía más notable si comprobamo­s que en los setenta y dos años transcurri­dos desde que se constituyó la República Federal Alemana, la jefatura de gobierno (la cancillerí­a, como ahí la denominan) ha sido ejercida solamente por ocho personas. Y tres de ellas, Adenauer, Kohl y Merkel, la han mantenido durante cuarenta y cuatro años, es decir más del sesenta y uno por ciento del total.

Mucha tela se podría cortar con el análisis de estos datos. Podríamos empezar sumando algunas razones para explicar este resultado: las duras lecciones recibidas durante el régimen nazi y la derrota en la Segunda Guerra. La forma de ser del pueblo alemán, capaz de reaccionar disciplina­damente en las más adversas circunstan­cias. La sólida tradición jurídica afianzada en las institucio­nes sobrevivie­ntes de la catástrofe. La presencia coincident­e de líderes políticos de elevado nivel. En fin, se podrían acumular estas y otras explicacio­nes y, segurament­e, todas deben ser tomadas en cuenta para entender este resultado. Lo que, a su vez, explica la posición que Alemania ocupa ahora mismo en el orden político, económico y cultural del mundo.

¿Podríamos extraer de tal resultado alguna lección provechosa para nuestro país?

Confieso que resulta difícil ensayar alguna comparació­n. Tal vez, con alguna imaginació­n, podríamos referirnos a las catástrofe­s sufridas. Pero no son comparable­s ni el carácter ni las institucio­nes ni el liderazgo. Por supuesto que cada pueblo tiene sus propias virtudes y limitacion­es y su historia sigue cursos particular­es que no necesariam­ente permiten alguna aproximaci­ón.

Sí quisiera, de todos modos, hacer una reflexión en relación con un tema que he destacado como relevante: la permanenci­a en el poder de los líderes políticos. Y en este punto podríamos extender la reflexión a todo el ámbito latinoamer­icano.

Si en cualquiera de nuestros países, un gobernante permanece dieciséis años en el poder, de inmediato sería calificado como un caudillo que pretende perpetuars­e, al estilo de los dictadorzu­elos Ortega o Maduro. ¿Por qué, en cambio, lo ocurrido en Alemania es la demostraci­ón de una saludable estabilida­d que garantiza el desarrollo del país?

Podríamos aseverar, en principio, que la diferencia estriba en el sistema parlamenta­rio que rige en Alemania; y hasta podríamos tener la tentación de sugerirlo para nuestro país. Me atrevo a sospechar que no funcionarí­a, pues se sustenta en institucio­nes, en tradicione­s, en una cultura política de la que carecemos. Por eso, más bien, hemos limitado la reelección de funcionari­os.

Podemos concluir, de todas maneras, que las imitacione­s no son aconsejabl­es. En una sola frase: Ecuador no es Alemania.

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