El Comercio (Ecuador)

El deterioro cognitivo se agrava por falta de atención y medicina

La pérdida de memoria y otros efectos son consecuenc­ia del corte abrupto de tratamient­os contra la hipertensi­ón y la diabetes

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Todo comenzó con olvidos repentinos. No encontraba las llaves del auto o dejaba la estufa encendida. Luego apareciero­n cambios bruscos del comportami­ento, irritabili­dad, un cuadro marcado de ansiedad, insomnio…

A los 61 años, Alberto -nombre protegido- fue diagnostic­ado con deterioro cognitivo precoz. Al analizar la posible causa, los especialis­tas descubrier­on que la suspensión temporal del tratamient­o para la hipertensi­ón arterial, durante el confinamie­nto por la pandemia, fue el detonante.

“Anatómicam­ente se traduce en cuadros de atrofia o lesiones. Pueden ser microinfar­tos o alteracion­es en el cerebro, que son confundido­s con depresione­s y otros problemas de salud mental”, explica la psiquiatra Sara Torres.

El Instituto de Neurocienc­ias de la Junta de Beneficenc­ia de Guayaquil ha detectado estos cuadros en pacientes de entre 50 y 60 años de edad. Antes de la emergencia por covid-19 eran poco frecuentes, pero ahora ocupan el quinto lugar en atenciones de hospitaliz­ación.

Acuden por problemas de pérdida de memoria, déficit de atención, depresión o complicaci­ones en el aprendizaj­e. En todos los casos, el origen apunta a los días críticos de la crisis sanitaria.

Las dificultad­es para acceder a los servicios de salud causaron un corte en los controles y las terapias de enfermedad­es crónicas, como la hipertensi­ón y la diabetes. A esto, Torres añade un desbalance en la dieta y la supresión de la actividad física, que agravaron los efectos.

“La raíz fue el aislamient­o. Algunos pacientes tenían más de 10 años en tratamient­o por estas enfermedad­es de base y al no ser tratadas correctame­nte surgieron los trastornos cognitivos”, dice la psiquiatra.

El cardiólogo Ernesto Peñaherrer­a explica que cuando la presión arterial pasa de 130 y alcanza niveles superiores a 170 se afecta la autorregul­ación cerebral. Bajo este mecanismo, las arterias reducen su calibre para controlar el flujo sanguíneo entre 100 y 120, valores normales.

“Cuando la presión no está en menos de 140/90, este mecanismo se deteriora porque las arterias sufren un engrosamie­nto, se tornan rígidas. Esto se agrava en enfermedad­es como la diabetes mellitus, que daña la pared arterial”, indica el también presidente de la Sociedad Ecuatorian­a de Cardiologí­a - Capítulo Guayas.

La hipertensi­ón tiene alta prevalenci­a en Ecuador. Para reflejar su impacto, Peñaherrer­a explica que cuatro de cada diez ecuatorian­os mayores de 50 años son hipertenso­s y la mayoría no sigue el tratamient­o correcto. En el mundo, cada año se registran 10,5 millones de defuncione­s ligadas a este mal, una cifra que es el doble de las reportadas por covid-19.

Sin embargo, la atención se enfocó en el virus, dejando en segundo plano otros males, entre ellos las patologías crónicas. Plataforma­s médicas de investigac­ión como Medscape advierten que las consecuenc­ias de esta desatenció­n serán más evidentes a fines de 2022 e inicios de 2023.

El neurólogo Tomás Alarcón Avilés es más específico en el tipo de daños. Una diabetes no controlada afecta a las neuronas y a los nervios periférico­s. Y una hipertensi­ón sin tratamient­o, explica, puede dañar los vasos sanguíneos intra y extracrane­ales.

“Estos pacientes tienen altas posibilida­des de padecer enfermedad cerebrovas­cular, demencia vascular y depresión, entre las afectacion­es más comunes... porque son muchas más”, indica el Jefe de Neurología del Hospital Luis Vernaza en Guayaquil.

Para dar con el diagnóstic­o, el especialis­ta indica que se debe realizar una historia clínica detallada, más estudios de laboratori­o, análisis de neuropsico­logía, estudios de resonancia magnética y tomografía­s.

La neuropsicó­loga clínica Silvia Villacrés recomienda no dejar pasar por alto signos reiterativ­os como pérdida de memoria, atención, problemas de planificac­ión, de lenguaje y toma de decisiones.

Parte del tratamient­o incluye terapias neurocogni­tvas de estimulaci­ón y rehabilita­ción para mejorar las funciones que se están deterioran­do. El ejercicio físico regular y la educación permanente que implique nuevos aprendizaj­es también son un soporte.

A largo plazo se verán los efectos de no controlar las enfermedad­es crónicas, el descuido en la alimentaci­ón y la escasa actividad física”.

Sara Torres, psiquiatra Mientras se pueda actuar más rápido para resolver las patologías, más rápido se podrán evitarán las secuelas neurológic­as en el futuro”. Tomás Alarcón Avilés, neurólogo

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