Tres opciones que son dos
Habida cuenta de la actual composición de la Asamblea, es difícil pensar que el señor Lasso esperaba realmente la aprobación de su largo y complejo proyecto para crear oportunidades y reactivar la economía. Más razonable es suponer que el señor Lasso, seguro de contar a su favor la indisciplina y la habitual dosis de escándalos legislativos, esperaba llegar a la terminación del plazo señalado por la ley sin que se hubiese concluido el tratamiento del proyecto: así habría podido publicarlo como decreto-ley, según dicen los expertos. Lo que no esperaba el señor Lasso es que apenas cinco asambleístas armados con las atribuciones que les concede la Constitución de Montecristi, devolvieran el proyecto por no ajustarse a la norma suprema.
La resolución del Consejo de Administración de la Legislatura ha puesto al Gobierno entre la espada y la pared. O insiste con el mismo texto, o lo modifica o lo somete a la decisión popular. Lo primero sería dar inequívocas muestras de una firmeza muy cercana a la testarudez; lo segundo parece haber sido descartado de antemano, porque el famoso proyecto parece ser muy semejante a un delicado mecanismo de relojería: el cambio de una sola pieza por otra que tuviera una mínima diferencia de espesor haría imposible su funcionamiento.
Lo tercero parece ser para el señor Lasso como la tentación de San Antonio, porque ha hablado de ello con frecuencia, cada vez que un medio de entrevista. Lo malo es que una ley no puede aprobarse por consulta popular, y menos si es una ley tan compleja como ésta. Si tal fuera el caso, el Presidente y su equipo tendrían que pensar en pocas pero sustanciosas preguntas que propongan ideas concretas de importancia capital, y que lo hagan en lenguaje asequible, conciso, objetivo, sin dar lugar al equívoco ni a la confusión.
No obstante, suele suceder que los expertos en economía, en derecho laboral o tributario, no son precisamente un dechado de sabiduría lexical ni idiomática. Si hemos de juzgar por las experiencias anteriores, lo que el ciudadano encontraría cuando llegue a la urna es una sábana llena de frases interminables, llenas de incisos y anacolutos, con palabras que la mayoría desconoce, amén de unos anexos que hacen el mismo papel que la letra colorada en los contratos. El ciudadano no votaría, entonces, a favor o en contra de las ideas presentadas en las preguntas, sino a favor o en contra del Gobierno.
Dice el refrán que más sabe el diablo por viejo que por diablo. Esto me da cierta autoridad para decir que, si mis sospechas no están descaminadas, la situación en que estamos confirma una vez más que nuestra sociedad todavía no sabe manejarse en democracia: para los gobernantes, independientemente del color de su bandera, lo importante es alcanzar la confianza o el temor de la gente. Para la gente, lo importante es creer o no creer en el gobernante, que a la larga siempre acaba por transformarse en derrocado o en caudillo, y ninguno de los dos es saludable.