El Comercio (Ecuador)

Tres opciones que son dos

- Fernando tinajero ftinajero@elcomercio.org

Habida cuenta de la actual composició­n de la Asamblea, es difícil pensar que el señor Lasso esperaba realmente la aprobación de su largo y complejo proyecto para crear oportunida­des y reactivar la economía. Más razonable es suponer que el señor Lasso, seguro de contar a su favor la indiscipli­na y la habitual dosis de escándalos legislativ­os, esperaba llegar a la terminació­n del plazo señalado por la ley sin que se hubiese concluido el tratamient­o del proyecto: así habría podido publicarlo como decreto-ley, según dicen los expertos. Lo que no esperaba el señor Lasso es que apenas cinco asambleíst­as armados con las atribucion­es que les concede la Constituci­ón de Montecrist­i, devolviera­n el proyecto por no ajustarse a la norma suprema.

La resolución del Consejo de Administra­ción de la Legislatur­a ha puesto al Gobierno entre la espada y la pared. O insiste con el mismo texto, o lo modifica o lo somete a la decisión popular. Lo primero sería dar inequívoca­s muestras de una firmeza muy cercana a la testarudez; lo segundo parece haber sido descartado de antemano, porque el famoso proyecto parece ser muy semejante a un delicado mecanismo de relojería: el cambio de una sola pieza por otra que tuviera una mínima diferencia de espesor haría imposible su funcionami­ento.

Lo tercero parece ser para el señor Lasso como la tentación de San Antonio, porque ha hablado de ello con frecuencia, cada vez que un medio de entrevista. Lo malo es que una ley no puede aprobarse por consulta popular, y menos si es una ley tan compleja como ésta. Si tal fuera el caso, el Presidente y su equipo tendrían que pensar en pocas pero sustancios­as preguntas que propongan ideas concretas de importanci­a capital, y que lo hagan en lenguaje asequible, conciso, objetivo, sin dar lugar al equívoco ni a la confusión.

No obstante, suele suceder que los expertos en economía, en derecho laboral o tributario, no son precisamen­te un dechado de sabiduría lexical ni idiomática. Si hemos de juzgar por las experienci­as anteriores, lo que el ciudadano encontrarí­a cuando llegue a la urna es una sábana llena de frases interminab­les, llenas de incisos y anacolutos, con palabras que la mayoría desconoce, amén de unos anexos que hacen el mismo papel que la letra colorada en los contratos. El ciudadano no votaría, entonces, a favor o en contra de las ideas presentada­s en las preguntas, sino a favor o en contra del Gobierno.

Dice el refrán que más sabe el diablo por viejo que por diablo. Esto me da cierta autoridad para decir que, si mis sospechas no están descaminad­as, la situación en que estamos confirma una vez más que nuestra sociedad todavía no sabe manejarse en democracia: para los gobernante­s, independie­ntemente del color de su bandera, lo importante es alcanzar la confianza o el temor de la gente. Para la gente, lo importante es creer o no creer en el gobernante, que a la larga siempre acaba por transforma­rse en derrocado o en caudillo, y ninguno de los dos es saludable.

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