El Diario (Ecuador)

El retorno a mi ciudad

- RAÚL ÁVILA MORENO raulavilam­oreno@outlook.com

Nací aquí, en Portoviejo, hace ocho envejecida­s décadas. Y viví aquí, arropado por el amor de mis padres y el aroma de los tamarindos, adormecido por el susurrar del río y el canto de los pájaros hasta mi primera docena de años. Pude acercarme, en ese lapso, a ese mundo entrañable de las letras para garabatear­las y saborearla­s; alargué el respeto que sentí por mis padres para que ese sentir alcanzara a llegar a mis profesores de primaria. Recuerdo, por ejemplo, la admiración que en mí nació por mis profesores Olga Vallejo y Oliva Miranda, entre otros. Mi niñez estuvo adornada por amistades escolares y de barrio, con quienes jugábamos al trompo con piola, a las canicas, a las escondidas y a los “champions”. En mi niñez jugueteaba con el chorro de agua que, por un tubo, caía del techo de la esquinera casa de la familia Fernández. Está esculpido en mi memoria el kiosko de madera de Arturo para la venta de los “raspados de hielo” y ubicado frente a la casa del capitán Santana. Recuerdo el árbol de tamarindo que vivió, frondoso, en la esquina de las calles Olmedo y Pedro Gual, junto a la casa del profesor Mr. Mendocita y frente al negocio esquinero del señor Gilberto Fernández. Pero también hay recuerdos de escenario para adultos como era el Club Unión Manabita, donde pasé horas tratando de ser un as en el juego de billar, a lo que nunca llegué por supuesto, por lo cual el deseo se quedó sólo en sueños de niño. De ese mundo infantil, comprimido en estas pocas líneas, me alejé para iniciar mis estudios secundario­s, luego universita­rios y después de especializ­ación. Por supuesto, de vez en cuando visitaba mi ciudad por asuntos de familia. Eran visitas rápidas. Pero esta vez he venido para quedarme en esta ciudad, que sigue siendo mía, para saborearla, para admirarla y para, esperanzad­o, volver a ser el niño feliz que fui viviendo en ella. Los especialis­tas dicen que en la vejez, los seres humanos retornamos a nuestra infancia. He regresado a ti, Portoviejo, esta vez de forma permanente, para volver a pisar tu arcilla, para aspirar tu nuevo aroma, ahora renovado por el progreso que has experiment­ado, para reencontra­rme conmigo mismo…….y para entregarte los años que me queden, hasta que Dios me llame a rendirle cuentas. Y voy a robar las palabras del poeta para decirte “salve ciudad del valle que dominas con altivez de reina castellana”. Hasta siempre ciudad de mi querencia.

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