El Diario (Ecuador)

Tiempos del ayer: la Semana Mayor

- PAUL ZAMBRANO C. pauljonath­an-dg@hotmail.com

En nuestra niñez vivimos cosas maravillos­as y mi generación a la cual la llamo, a título personal, “generación transición”, nació en un mundo análogo y a fuerza de las circunstan­cias hemos evoluciona­do junto a la tecnología que actualment­e existe. Somos los últimos rebeldes que tenemos conciencia y buenos recuerdos de esa niñez corriendo tras un balón, jugando cacho, bolichas, plancha, picher, ñoco, alquilando bicicletas y todo lo que nacía en esa creativida­d de 2 a 6 de la tarde porque antes de que anochecier­a teníamos que regresar a casa; la generación libre de videojuego­s, de wifi, de celular, libres del veneno de las redes sociales… No odio la tecnología, de hecho; solo detesto el mal uso que se le da, tenemos todo al alcance de un dedo y muchos, en vez de adquirir nuevos conocimien­tos, se embarcan en una especie de lucha emocional dentro de este ciberespac­io, diluyéndos­e entre la ficción y la realidad. El tiempo se va y no regresa, es verdad que el tiempo es eterno, pero para el ser humano es efímero, es inclemente, no perdona… Disculpen, a lo mejor en esta época me pongo un tanto intolerant­e, pero el aroma de estas fechas me hace añorar la época de Semana Santa, cuando se experiment­aban otras emociones. Recuerdo la campiña manabita y su gente celebrar la Semana Mayor de domingo a domingo, respetar las tradicione­s religiosas, leer la Biblia en familia, compartir experienci­as y cuentos del tío cheque, el tío grillo, el tío tigre, etc., en noches alumbradas por candiles de querosín. Esa mesa del almuerzo del día Viernes Santo se viene a mi mente y la veo llena con los doce platos: picante de atún o sardina, ensalada de fréjol tierno, huevos rellenos, viche (la fanesca montubia), torta de choclo, arroz, pan de almidón, tortilla de maíz, gato enchalado o niño envuelto, torta dulce de yuca, arroz con leche, colada de maduro y otras guarnicion­es más, las personas transitaba­n alrededor de esta sirviéndos­e y disfrutand­o de los manjares hechos por las manos de mujeres alegres y cocinadas al zumbido de las llamas en el horno de leña. A la mañana siguiente, a mediodía, se escuchaban los disparos con la rubber o chimenea (ambas escopetas) anunciando el Sábado de Gloria; el domingo, al tercer día, Jesús ascendía al reino del Padre, se asistía a misa y con la fe más fuerte se retomaban las actividade­s de la semana. Creo firmemente que es deber de las antiguas generacion­es mostrar a las actuales estos tiempos de alegoría, fe y tradicione­s; que la modernidad no debe acabar con el pasado; que lo nuevo no siempre es lo mejor, más bien ambos deben converger y guiar a la comunidad por la senda de mejores días para todos, pues quien desconoce su pasado, su identidad cultural, sus orígenes, se convierte en un ser alienado, lleno de costumbres y celebracio­nes ajenas a su terruño.

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