El Diario (Ecuador)

Antecesore­s

- KEYLA ALARCÓN Q. alarcon.tamar@gmail.com

Por una publicació­n que estoy trabajando sobre arrieros y valientes personajes rurales de 1900, he tenido la gran oportunida­d de reunirme con sus hijos, nietos y bisnietos, a fin de recuperar y dejar por escrito sobre su labor para el desarrollo del Azuay y tratar de entender la forma como vieron la vida cuando no existían los servicios básicos de los que hoy gozamos, cuando las parroquias eran caseríos y los cantones pequeñas parroquias, no habían carreteras y, de alguna manera, no había ley y los asuntos de agua y terrenos debían arreglarse honrando la palabra o, a punta de revólver. Eran épocas en las que se maduraba muy pronto porque la vida así lo demandaba.

Por ejemplo, he conversado con un agricultor que tuvo que huir de su casa cuando tenía 6 años debido a la extrema pobreza y a que sufría maltrato físico. A los 6 años tal vez muchos de nosotros estábamos jugando con muñecas o yendo a un jardín de infantes, pero 89 años atrás este pequeño estaba buscándose la vida en un cantón ajeno, al que huyó cambiándos­e de nombre para evitar que le encuentren y en donde se ganaba la vida cocinando, tejiendo estera, cuidando borregos y cuidando a una mujer que estaba “brujeada”. Increíble, pero cierto. Esta persona, que ahora es nonagenari­a, contrario a sentir amargura, dice ser feliz y que Dios le ha recompensa­do cada paso que ha dado.

Por allí también conocí a otro abuelito que hoy ronda los 95 años y quien, por rebelde, huyó en una yegua que tomó prestada junto a su mejor amigo, desde el Azuay hacia la provincia del El Oro cuando tenía 11 años, para trabajar de mesero en un restaurant­e en el que le pagaban setenta sucres mensuales, dinero que reunió y con el cual inició un negocio de quesos que le permitió comprar su primera casita a los 15 años.

Y finalmente contaré la historia de mi bisabuelo de apellido Piedra, quien tenía una hacienda ubicada en la orilla de un río sin puente, o mejor dicho había uno pero quedaba tan lejos que el respetable personaje prefería cruzar ese pequeño brazo de mar sobre su yegua, con la suerte de que algunas veces fue arrastrado corriente abajo, pero siempre salió victorioso, a tomarse enseguida una pastilla de Mejoral, para evitar el soroche o resfrío. Todas estas historias de los antecesore­s dejan una carga genética en el cuerpo y en la mente de sus descendien­tes, las que pueden ayudar a entender la psicología familiar y las diferencia­s culturales, así como la migración familiar y el mestizaje que explicaría razonamien­tos y conductas. Vale conocerlas para sanar heridas, agradecer sacrificio­s, fortalecer aquel sello de familia o incluso romper patrones genéticos.

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