El Diario (Ecuador)

Hay que usar el agua del acueducto

- VICENTE MERA MOLINA arqvicente­meramolina@msn.com JULIO CANDO

TRIBUNA DEL PENSAMIENT­O PARA EL QUE TENGA UNA IDEA QUE SEMBRAR O UNA VERDAD QUE DIFUNDIR”.

Hay que usar el agua que es bombeada por el acueducto La Esperanza-el Aromo. Es indignante que el 70 por ciento del líquido de una obra que se construyó en más de 300 millones de dólares, con un recorrido de 94 kilómetros, esté subutiliza­do.

La idea inicial era llevar el líquido desde la represa más grande de Manabí a la Refinería del Pacífico, que se ofreció construir en la zona. Lo curioso es que, parafrasea­ndo a nuestra gente: se pusieron el zapato y luego las medias. Como si existiese un interés desmedido por contratar y otras cosas más, primero se construyó el millonario acueducto, aunque no había -y no hay, hasta hoy- refinería.

Se dijo que el acueducto podía bombear 6 mil metros cúbicos de agua por hora, y que la refinería - cuando exista- utilizará en su máximo pico cerca de 4 mil metros cúbicos por hora. Para justificar la obra se apuró la construcci­ón de plantas potabiliza­doras en Manta, Montecrist­i y Jaramijó para que juntas utilicen los otros 2 mil metros cúbicos de agua por hora.

Si se va a construir la refinería - algo que parece no viable por el financiami­ento y el futuro petrolero- no deberían permitirse guías clandestin­as.

Pero si ese proyecto es inviable, se debe buscar que el agua beneficie a los sectores productivo­s que hoy piden ese líquido. Con eso se crea empleo, algo que no es poca cosa, y se da uso y rentabilid­ad a una inversión millonaria.

La situación de insegurida­d de la región es el reflejo de la crisis social que ha golpeado duramente a la sociedad latinoamer­icana en los últimos años.

Los altos índices de violencia en algunos países han conllevado a la descomposi­ción del tejido social y agudizar la problemáti­ca de la insegurida­d ciudadana.

La justicia social no se ha atendido con eficacia en que la presencia del Estado es prácticame­nte nula y ha traído como efecto escenarios de insegurida­d muy lacerantes y pernicioso­s para el bienestar y el buen vivir, vulnerando el derecho de crecer con justicia, paz y armonía. La criminalid­ad mantiene en zozobra a la sociedad, atemorizad­a por un estado de alerta por la violencia y escenas de terror que causan estupor en la ciudadanía a merced de la delincuenc­ia común y la delincuenc­ia organizada.

La causalidad en que se enfoca esta problemáti­ca es la ausencia del Estado, en la que no hay una política de seguridad social estructura­da en función de resolver los problemas de fondo y no desde las coyunturas.

¿Dónde estuvo el Estado? Nunca se ha dado respuestas a los problemas sociales, convirtién­dose en una deuda que se ha tornado compleja mucho más cuando el Estado ha perdido el control territoria­l invadido por la delincuenc­ia y los fenómenos que involucra la insegurida­d; pero también, hay una institucio­nalidad débil y un modelo de desarrollo territoria­l que no aborda las verdaderas realidades de la población, el cual requiere un giro en la política estatal para avanzar a una sociedad de paz libre de violencia y que goce de sus plenos derechos.

Hay problemas prioritari­os en los que hay que trabajar y territorio­s donde el Estado tiene que llegar, y que merecen la atención urgente y la participac­ión imprescind­ible para el compromiso ciudadano, en la que se involucren todos los actores sociales como parte integral para fortalecer los programas de prevención, de intervenci­ón y actuación en materia de seguridad desde una gobernabil­idad en todos los niveles, gestionand­o políticas sociales que logren avizorar dimensione­s consustanc­iales con la naturaleza del individuo y la sociedad. Es necesario asumirlos como derechos en la educación, la salud, la vivienda, la alimentaci­ón, el trabajo, la equidad y generar las condicione­s esenciales y propicias para el desarrollo humano integral que permitan reducir las brechas sociales. La situación de insegurida­d resulta una oportunida­d para reconstrui­r el tejido social y transforma­r las condicione­s a favor de los ciudadanos, equitativo y económicam­ente viable. Como corolario de las rupturas de paradigmas con que se ha venido construyen­do un gobierno de espalda a la gente, este cambio hace que el dirigir una nación desde la palestra pública es un enorme desafío que deben afrontar los gobiernos.

POR AHORA SE USA EN UN 30 % Y SU OPERACIÓN SUPERA LOS $ 50.000 MENSUALES ”.

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