Perdón y buen querer
Quiero en esta ocasión, con motivo de la amistad y las relaciones personales, traer a colación algunos refranes que recuperé de la Escuela de Cervantes y de Séneca, que nos pueden llevar por el buen camino y ahorrarnos más que un dolor de cabeza. De la escuela: “Al que yerra perdónale una vez, mas no después” y “Bien ama, quien nunca olvida” y del pensador: “Para ser feliz hay que vivir en guerra con las propias pasiones y en paz con las de los demás”.
Sobre el perdón, Jesús dijo que hay que perdonar hasta setenta veces siete, una hipérbole para representar la importancia de la gracia y la absolución para mantener la paz. Pero ¿será posible esa magnanimidad incontables veces? No lo creo, ni pienso que es sano, aquí se cae en el papel del vivo -el que no acierta - y el tonto, que aguanta.
Dispensar es una acción que elimina la ira y el rencor a la persona ofendida y en la psicología se encomia este proceder para que no exista una influencia negativa, sin embargo, todas las personas merecemos respeto y tenemos límites que mantener para continuar con la tarea del crecimiento personal. Por lo tanto, ser objeto de irrespeto de manera reiterada o poner la mejilla izquierda y luego la derecha ante el ofensor reiteradas veces, es intolerable. La autoestima, la confianza y el amor propio se pueden ver socavados por actitudes incoherentes y torpes y no hay razón para soportarlas.
En el hogar, en la pareja, en el trabajo, con los amigos, el perdón debe ser acompañado de un proceder inteligente que impida una nueva ofensa. ¿Qué podemos hacer? Perdonar sí; y, alejarnos de quienes no miden sus actitudes y cultivar relaciones con gente de buenas costumbres. Séneca, sobre controlar las pasiones propias y olvidar las ajenas, se refirió a practicar la ataraxia, la cualidad de la calma en medio del diluvio o del incendio emocional, esto es: gestionar decisiones y ser dueño de uno mismo independientemente de las condiciones, lo que se complementa perfecto con aquello de que “Bien ama, quien nunca olvida”.
El amor es el sentimiento más sobresaliente que Dios o el Gran Espíritu ha concedido y si esta es la fuerza que nos motiva a actuar, hablaremos y obraremos con gratitud y alegría hacia el prójimo. El que bien ama hallará oportunidades para encomiar. Que la felicidad y la alegría nos encuentren.