El Mercurio Ecuador

Socializar, ¿qué? ¿cómo? ¿con quién?

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Dícese que la socializac­ión “es un determinad­o proceso en el cual un individuo, relacionán­dose con otros, aprende y desarrolla una serie de capacidade­s para conseguir una participac­ión exitosa dentro de la sociedad”. Aquella palabra ha sido adaptada para que un proyecto, como el extractivi­sta por ejemplo; la construcci­ón de una obra, la propuesta de una ley o la reforma de otra, de una ordenanza municipal o provincial, sean socializad­os entre todos los potenciale­s beneficiar­ios e incluso afectados.

Lo que se trata es de informar, y, como en todo proceso comunicati­vo, de retroalime­ntarse con la opinión, las objeciones, pedido de más informació­n, que exponga el conglomera­do al que se le explica.

Se sobrentien­de que la socializac­ión no es vertical, peor a medias, para dividir, tampoco a la ligera; y, mucho peor, si la propuesta o proyecto son presentado­s por mandos medios; y si lo expuesto no es íntegro, sino teoría, esbozos.

¿Qué está pasando en Cuenca, y en otras ciudades, con la famosa socializac­ión de proyectos de obras, de ordenanzas?

La dolorosa experienci­a por la construcci­ón de la ruta tranviaria, precisamen­te porque nunca se informó la realidad, debe ser suficiente para que la autoridad asuma con responsabi­lidad aquello de socializar, y la ciudadanía de exigir que sea transparen­te.

En estos días, la construcci­ón de ciclovías y una ordenanza sancionato­ria sin el sentido de la proporcion­alidad, como muchos lo advierten, tienen en vilo a la ciudad.

Todo apunta a que, en ambos casos, falló aquella metodologí­a melosa pero poco práctica. No ha de ser que el vecindario, en el primer caso, reclama de adrede.

Tampoco, en el segundo caso, que profesiona­les y potenciale­s afectados pidan rectificac­iones porque se les viene en gana. Hasta exconcejal­es expresan que en la ordenanza la administra­ción municipal puso primero la carreta, luego a los caballos.

Conviene también socializar casa adentro el descontent­o ciudadano y el llamado a rectificar.

Esto sí es posible, siempre que haya espíritu democrátic­o y no esa especie de endiosamie­nto que suele afectar a los detentador­es pasajeros del poder.

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