La traición del traidor
Conozcamos a JUDAS ISCARIOTE (Jn. 13, 21). Un tipo sagaz, amante del dinero y del poder (Mt. 26, 9) pues sólo le importaba su “ganancia lujuriosa de dinero” y la “supuesta alianza” con los compradores de la “inocencia del Mesias”: los Sumos Sacerdotes (Mt. 26, 14). Se queda solo, ¡bueno, no siempre solo!, ya que se queda a merced de su conciencia, que le atormentará y denunciará constantemente que es un farsante y hasta un sínico, porque no tuvo reparo de responder a Cristo, si era el quien lo iba a traicionar (Mt. 26, 25). Ha negociado la Inocencia de Cristo por “treinta monedas de plata” (Mt. 26, 15). Ha sido capaz de venderse al poder de sus enemigos por un poco de dinero y ha convertido al Mesías Salvador en un salteador y bandido, capturado con “espadas y palos” (Mt. 26,47). Finalmente, no aceptando su crimen, reconociendo ya tarde su error, (Mt. 27, 4) y lleno de remordimiento, termina suicidándose (Mt. 27, 5).
Tambien hoy, se repiten constantemente estereotipos idénticos al de Judas. Traicionamos a Dios, cuando le llenamos de improperios y buenos propósitos y terminamos haciendo nuestra propia voluntad. Traicionamos la Verdad, cuando, de manera sistemática, decidimos aliarnos a las mentiras de la institución o de una persona, so pretexto de quedar bien con el medio o con el individuo. Nos aliamos a las ideologías o doctrinas contrarias al Evangelio, a la familia y a la vida y terminamos haciendo o pensando lo que ellos “profesan”. VENDER A CRISTO ES MUY FÁCIL, Y MÁS CUANDO NO SE TIENE UNA CONVICCIÓN SOBRE ÉL.