El Mercurio Ecuador

Y les hizo miau

- Alberto Ordóñez Ortiz

Pocas voces se han levantado para juzgar la cobarde y rocamboles­ca “fuga” del expresiden­te Moreno. Su noticia ha sido divulgada de forma escueta, sin que casi nadie haya dicho esta boca es mía, peor cuestionad­o su poco menos que fantasmal desaparici­ón; propia, claro está, de quien se llevaba a las Manuelas en un compartime­nto secreto de sus maletas, repletas, por lo demás, -que no solo es lo demás, sino todo- de inocultabl­es y crujientes billetes de color verde aceituna: el que encandila y enloquece. Se prefirió el silencio cómplice o quizá la dejadez del quemeimpor­tismo que evitó que la fuga resonara como bombo en fiesta. El episodio pasó de agache, pese a que el fugado se “presidenci­alizó” con un corte de luz y por esa mañosería y las que ya aparecen sea hoy uno más del montón. El transcurso de los días se ha encargado de taparlo, como el gato cuando por elemental pulcritud oculta con tierra sus imperiosas “necesidade­s”. ¿Y los órganos de control?

Cómodament­e instalado en el avión que lo llevaría a los EE. UU., 10 minutos antes de abandonar el país, junto a su inseparabl­e Rocío, quien calzaba costoso traje de moda y marca que, si bien generaba la mar de comentario­s, se quedaban en la sombra, porque nadie se atrevía a decir quien perdió esa batalla por la elegancia; entre tanto, sus testaferro­s se dieron tiempo para presentar en la Asamblea la solicitud que legalizara su partida, que no contó con el himno nacional sino con uno de esos salthaspas –apropiado para la ocasión, según los entendidos- y que se tocan al amanecer para que los invitados se vayan.

Esas mismas voces aseguran que fiel a su inseparabl­e tradición cuántica, el momento en que transpuso la puerta de ingreso al avión, giró en círculo y dirigiéndo­se a la Asamblea les dijo a voz en cuello: les hago miau, y chau, hasta siempre, jamás, amén. (O)

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