La Iglesia, constituida sobre el fundamento de los apóstoles
Ninguno de nosotros se ha dado la fe a sí mismo, sino que la ha recibido de Dios a través de otras personas. Jesucristo mismo mostró que esto era lo mejor. Por eso reunió a los Apóstoles para que, junto con los otros discípulos, hombres y mujeres, formaran la Iglesia con el poder del Espíritu Santo. Y en esa Iglesia les prometió estar siempre presente, hasta el fin del mundo, de modo que los que lo busquen pudieran encontrarlo.
Recordemos lo que nos dice la Sagrada Escritura: “Yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (Mt.16, 18). “Velen sobre ustedes y sobre todo el rebaño del que el Espíritu Santo los ha constituido obispos para apacentar a la Iglesia de Dios, que Él adquirió con su sangre” (Hch. 20,28).
La Iglesia es el pueblo que Dios reúne en el mundo entero. Hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación (Ap. 5,9). Un pueblo que es también familia, porque tiene a Dios como Padre, y en él todos son hermanos. “Por tanto, ya no son extranjeros ni huéspedes, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo piedra angular el mismo Cristo Jesús” (Ef. 2,19-20).
El Espíritu Santo es Aquel que actúa para el crecimiento de la Iglesia, Cuerpo de Cristo, y especialmente de la unidad. El Espíritu Santo es como el alma de la Iglesia; es principio de su vida, de su unidad en la diversidad y de la riqueza de sus dones y carismas. De esta forma, en la Iglesia hay diversidad de dones, pero uno mismo es el Espíritu. Esta acción del Espíritu en la Iglesia hace de ella templo del Espíritu Santo (Cf. Cat. Igl. 748-809).
“La Iglesia ha sido constituida sobre el fundamento de los apóstoles, como comunidad de fe, de esperanza y caridad y comenzó a construirse cuando algunos pescadores de Galilea encontraron a Jesús y se dejaron conquistar por su invitación: ‘Síganme y os haré pescadores de hombres’.
Después de María, reflejo puro de la luz de Cristo, son los apóstoles, con su palabra y su testimonio quienes nos entregan la verdad de Cristo. Sin embargo, su misión no es una misión aislada, sino que se coloca dentro de un misterio de comunión, que abarca a todo el Pueblo de Dios” (P. Benedicto XVI, catequesis 17,03,2006).
Nuestro compromiso como miembros de la Iglesia debe llevarnos a Interesarnos por sus enseñanzas, buscando conocerlas cada vez más; también sobre temas discutidos, como la defensa de la familia y la vida, la atención a los pobres, el cuidado del medio ambiente, etc. Debemos orar unos por otros, por nuestros pastores, pedir mucho por las vocaciones sacerdotes, religiosas y al matrimonio, colaborar con las colectas que se organizan, tanto para las necesidades locales: parroquia, Caritas; como universales: Óbolo de San Pedro, Munera, Misiones. Es bueno ayudar, además, con nuestro tiempo, ofreciéndonos como catequistas, voluntarios en pastoral social, el cuidado de los enfermos, etc.
“La Iglesia ha sido constituida sobre el fundamento de los doce apóstoles, como comunidad de fe, de esperanza y caridad y comenzó a construirse cuando algunos pescadores de Galilea encontraron a Jesús”.
El Espíritu Santo es como el alma de la Iglesia; es principio de su vida y unidad en la diversidad, y de la riqueza de sus dones y carismas.