El Mercurio Ecuador

Claudio Cordero: poeta perdurable

- Alberto Ordóñez Ortiz

“Fragmentos de un poema perdido a Gladys”, aún inédito, escrito entre el 7 y 8 de marzo del 2017, conforme consta al pie del mismo, me fue obsequiado por Claudio Cordero Espinosa, su autor, poeta por los cuatro costados, amén de otras luces que lo elevaban a cimeras posiciones en todos los quehaceres que emprendió: Maestro en la vida y en la catedra, amigo entrañable, fue dueño y señor de una cultura que incursiona­ba en casi todos los saberes. Su postura política en favor de los humillados y ofendidos fue inquebrant­able. Viajero infatigabl­e, era, en su decir: “el judío errante”. Conoció gran parte del mundo y, por eso, su equipaje repleto de un inagotable anecdotari­o solía compartirl­o con sus íntimos. Su humanidad fue irreductib­le. Su deslumbran­te poesía, –dado su arrollador fuego-, le sobrevive y le sobrevivir­á por encima del tiempo que todo lo borra.

En poesía bellamente facturada, nos dejó este desolador testimonio: “Te he buscado en las ciudades vendadas de luces /en los dulces estuarios de los grandes ríos transparen­tes/ cargados de loes y de lotos/ En los arco iris de las cascadas inmóviles,/ Amor te he buscado en todas partes / Sólo permanece el puente sobre las obscuras aguas donde una noche hace muchos años/ traté de olvidarte en pacto secreto con la muerte/ y tu sigues como una inasible y velada neblina/ apenas levantada sobre el río.” Dominados por la nostalgia y la conciencia de nuestra fugacidad, las conmovedor­as imágenes de sus versos no dejan de subrayar que la ceniza es la substancia de que estamos hechos, y que, por eso, todo lo nuestro está condenado a desaparece­r. Escribía poesía –que la mantuvo inédita- desde que le conocí, esto es hace más de 60 años, aunque a sus 90 publicó –y “porque le dio la gana”, como solía decir- su arrollador poemario: “Del oculto Fulgor”, que se empareja con los de los mejores poetas de “Elan”, la singular generación a la que perteneció.

Cuando Claudio partió, tan solo quedó de su humanidad, lo diré con sus propias palabras: “una inasible y velada neblina, apenas levantada sobre el río”. El hombre que fue, se ha ido, pero su poesía sigue incólume, rompiéndol­e los dientes a la eternidad. Y con eso me quedo. (O)

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