Un corazón que ama
La Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo significa abrir nuestra mente y unirla a nuestro corazón para agradecer, pensar, recibir, toda la energía y la fortaleza de Dios. El hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, y el mundo, creado por su corazón, mente y amor, tiene que cantar aquello que expresan los autores del Génesis y del Salmo 8, respectivamente: “Y vio Dios que estaba muy bien… ¡Señor, dueño nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra! Los textos del Antiguo Testamento narran algo muy especial. Tanto Melquisedec, como el rey de Salem, ofrecen a Abraham pan y vino, cosas muy propias de la tierra. Nos encontramos con una prefiguración de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote. Jesucristo antes de su muerte, ofrece su vida con pan y vino. Una comunión única e indivisible, una fascinación ante lo divino. El autor de Hebreos, en el contexto del Nuevo Testamento, nos lleva a leer con atención el contenido de la fiesta de Corpus Christi. Llegamos, de este modo, a la configuración de algo perfecto y transformante. Jesús, con su forma de amar, transforma el mundo de una manera auténtica y práctica. La Iglesia se realiza y se renueva en la Eucaristía. Ella alcanza, así, su identidad. En la celebración de una cena pascual Jesús perenniza, con sus gestos y sus palabras, un memorial perpetuo del amor consumado. Su vida entera, es más que muerte y condena. Es resurrección. Quien se entrega en la Eucaristía es el Resucitado. San Lucas nos hace caer en cuenta de la importancia de cinco verbos con un matiz eucarístico: “tomar, alzar los ojos, bendecir, partir, dar”. La Eucaristía debe tener esta dimensión: acogida, experiencia del Reino de Dios y curación de nuestra vida. Lucas ha presentado la multiplicación de los panes como una Eucaristía. Relata el milagro de la multiplicación de los panes en un ambiente eucarístico muy intenso. Todo ocurre cuando declina el día, tal como sucedió en el pasaje de los discípulos de Emaús. Dicho encuentro terminó en una cena inolvidable. La Eucaristía es camino de unidad y de paz. Jesús, cuando toma el pan, lo parte, comparte y reparte, y ofrece el vino, nos invita a vivir en unidad. Nos hace falta sumergirnos en el mundo de un corazón que ama de verdad.