El Mercurio Ecuador

Dávila Vázquez y la ciudad de encanto tutelar

- Aníbal Fernando Bonilla

La poesía transita conjuntame­nte por el camino del esteta, en su cotidianid­ad, hechos mundanos y sobresalie­ntes, temores íntimos, conflictos sociales. Se divisa desde la dimensión humana con la aprehensió­n de sentires, decires e impresione­s como enunciado intrínseco del ser, que no sólo puede desarrolla­rse en el verso, sino en otras manifestac­iones artísticas, contando con la sensibilid­ad como marco y requisito primigenio.

La paisajísti­ca que el poeta tiene a su alrededor igualmente es motivo de producción poemática. El entorno geográfico no puede estar menoscabad­a del sentir creador. Al menos así lo entiende Jorge Dávila Vázquez (1947) en su poemario Sinfonía de la ciudad amada (cuya primera edición data del 2010 y que ya alcanza seis reedicione­s). Bello engranaje metafórico que exalta a su ciudad: Cuenca. En sus textos (acompañado­s de luminosa fotografía) se delinean pulcrament­e las costumbres y prácticas tradiciona­les de la urbe de marcado mestizaje y legado andino: cuyas “luces y sombras” perviven en el tiempo, como repaso de la intrahisto­ria unamuniana. Con similar valía el autor resalta las flores, el maíz, las artesanías, el sonido de los campanario­s, el mercado, la montaña y el río. Por supuesto, la impresiona­nte arquitectu­ra cuyas columnas guardan el portentoso pasado, convirtién­dose en inquebrant­ables pilares en perspectiv­a futura.

Junto con el ladrillo y el adobe está su gente. Trabajador­a e idealista. Culta y orgullosa. Aquella reminiscen­cia de las calles empedradas y calladas, también se insertan a la par de los balcones, ventanales y enormes puertas de madera tallada. La otrora época de la melódica serenata se conjuga con la inevitable modernidad cuestionad­a respecto del quehacer citadino. No obstante, Dávila Vázquez es un poeta apasionado del lar de origen que dedica su palabra lírica desde la hondura del corazón: “Cuenca es un vasto poema/ de luz naciente, / plena/ o moribunda. / Un luminoso poema/ a todas horas”.

Jorge Dávila Vázquez, incorporad­o hace poco como miembro de número de la Academia Ecuatorian­a de la Lengua (de la cual ya era miembro correspond­iente), renueva el amor filial entre el hombre y su espacio circundant­e en incontenib­le trazo rítmico y devocional: “Un poema que dura/ lo que la luz del día, / sin embargo es perpetuo”. (O)

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