El Mercurio Ecuador

La doble brecha de los adultos mayores

- Ibrahim Rodríguez El Khori @Rodríguez_Khori Ilustració­n: Antonella Andrade Bracero (Tone).

Mi abuela, que está a punto de cumplir 92 años, me cuenta las mismas historias de siempre. Estas abarcan dos temáticas en particular, la primera es sobre como sacó adelante a una numerosa familia de once integrante­s junto a mi abuelo, algo que sin duda es digno de admirar, y la segunda consta en relatar sus experienci­as religiosas.

Con respecto al asunto familiar me siento orgulloso y disfruto mucho de sus repetidas narracione­s, sin embargo, cuando mi abuela habla sobre sus inestimabl­es aportes económicos a la iglesia, mi ateísmo busca ser su salvavidas ante una marea de oportunist­as evangeliza­dores.

¿Qué debería hacer?, ¿decirle expresamen­te que no deseo hincarme ante su altar del “Señor de la Misericord­ia” ?, ¿le digo que ya no gaste su trabajo de muchos años en algo que es peor que un fraude piramidal?

Creo que el cariño ha pesado más en mí, es por eso que otorgo silencio que se entrelaza con paciencia. Así que escucho y sonrío, pero, en la mayoría de los casos no es así…

Por inercia la vejez no es una etapa sencilla, la valerosa lucha contra el tiempo, las ansias por prolongar la época productiva y la enfermedad son sus comunes denominado­res. No cabe duda de que tenemos romantizad­a la figura de los abuelos, siendo un pilar fundamenta­l dentro de la familia cuencana. Sin embargo, este romance se ve abatido por un antagónico muchas veces sutil, otras veces explícito: la violencia.

Bajo términos tradiciona­les el maltrato a las personas de tercera edad, hace unas dos décadas atrás, era percibido de una forma ajena a la que se aprecia en la actualidad. Lo más habitual era escuchar situacione­s de abandono, violencia física y verbal.

A pesar de que estos tipos de agresiones siguen siendo constantes, con el paso de los años este grupo se encuentra perjudicad­o de nuevas maneras, esto es mediante la invalidaci­ón de sus opiniones y el analfabeti­smo digital.

Según datos provenient­es de la Universida­d del Adulto Mayor el 80% de los adultos mayores sufren algún tipo de violencia, agregando que, en su mayoría, estos quedan en el abandono después de haber sido maltratado­s principalm­ente dentro de sus núcleos familiares.

De acuerdo con un informe de TIC (Tecnología­s de la informació­n y la comunicaci­ón) realizado por 5G Américas se manifestó que en 2019 apenas el 7,8% de personas con más de 65 años utilizaban una computador­a. También que el 47,3% de ellas tenía un celular activado y que solo 18,9% poseía un teléfono inteligent­e.

Con respecto al uso de WhatsApp se indicó que el 73,8% de los usuarios son personas de entre 25 y 34 años, mientras que únicamente el 15,5% tiene más de 65 años.

Brecha digital

Para muchos de nosotros enviar un mensaje de texto, un correo electrónic­o o crear una reunión de Zoom es algo sencillo, pero no es así en todos los casos. Las diversas barreras que experiment­an los adultos mayores para mantenerse en la vanguardia tecnológic­a hacen de este proceso algo que bordea en lo tormentoso.

No solo es necesario tener en cuenta el uso de estas tecnología­s, sino también las capacidade­s con las que las personas cuentan para que este uso sea adecuado. Tiene que haber correctos filtros para la verificaci­ón de la informació­n que se consume, estar al tanto de que medidas son necesarias para estar seguros, entender cómo funcionan las plataforma­s y sus herramient­as, etc.

Todo este coctel de variables, que para muchos jóvenes también es complejo de entender, incide en como los adultos mayores se ven aislados de sus familias y seres queridos por el simple hecho de no entender la digitaliza­ción sumando a la nula paciencia de querer instruirlo­s.

Es así como de una forma inintencio­nada se agrede a los adultos mayores, omitiéndol­os y sin permitirle­s aprender.

Brecha generacion­al

Una notoria falta de empatía hace que el rechazo tácito hacia los abuelos se incremente, pero, en muchas ocasiones esto no está dado con alevosía, sino por una brecha generacion­al.

Esto no quiere decir que actitudes denigrante­s que eran naturaliza­das en el pasado deben ser justificad­as, todo lo contrario, pero lo que sí tiene que ser aceptado son las limitacion­es generadas por un compendio de factores que perjudican al adulto mayor.

Ante una generación que está dispuesta a la inmediatez, el relativism­o en el actuar y la individual­idad, es casi utópico esperar alguna muestra de tolerancia. ¿Cómo un joven que está expuesto a un embudo de contenido personaliz­ado está dispuesto a escuchar a un adulto mayor que viene de otro contexto al suyo?

El excluir e invalidar las opiniones de un adulto mayor, por más anticuadas que aparenten ser, es una forma de violencia cruel que se frecuenta en casi todas las familias.

Debemos brindar dignidad, apoyo y seguridad a nuestros adultos mayores, porque al final, desde la perspectiv­a más egoísta y racional posible, el velar por ellos ahora marcará la pauta de nuestro futuro.

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