El Mercurio Ecuador

Cuenca bloqueada

- Mario Jaramillo Paredes

Cuenca sufre un bloqueo por parte de grupos, pequeños pero violentos, que le hacen la ciudad más perjudicad­a del país.

Se habla de corredores humanitari­os y zonas de paz, como si se tratara de una guerra. Y, en verdad es una guerra contra la ciudad que ninguna culpa tiene.

El resultado es un bloqueo tan absurdo que se agradece a los violentos porque han tenido la bondad de dejar pasar un camión con oxígeno sin el cual decenas de enfermos estaban al borde de la muerte. Una ciudad a la que no solamente desde fuera se la aísla, sino también desde adentro, como en el caso de los transporti­stas a inicios de esta semana.

Pensemos por un instante en otra situación absurda: que los cuencanos decidan poner sitio a alguna de las parroquias rurales cercanas e impiden que la gente entre y salga. Consiguen que no llegue ningún producto: alimentos, combustibl­es ni medicinas. Impiden pasar a todo vehículo o a escondidas ejercen un chantaje, cobrando peajes. Prohíben pasar a las ambulancia­s. Sería un abuso tan monstruoso que todo el país rechazaría esa actuación violenta y prepotente.

Sólo el hecho de imaginar que eso pudiera ocurrir cae en el campo del absurdo. De así suceder estaríamos regresando a los tiempos bárbaros de guerras y conquistas, cuando sitiar a una ciudad era la forma de hacer que se rinda para que sus habitantes no mueran de hambre y de sed.

Y, sin embargo, por absurdo e inverosími­l que pueda sonar, Cuenca lleva tres semanas sometida al bloqueo por grupos que en nombre de sus derechos unos, y de defender a un ex mandatario prófugo de la justicia, otros, le tienen cercada. Las consecuenc­ias se sienten ya y pesarán por mucho tiempo especialme­nte sobre los más pobres y los desemplead­os. Alza del costo de la vida. Falta de gas y gasolina. Enfermos sin oxígeno en los hospitales. Cierre de empresas y de pequeños negocios que daban trabajo a miles de personas. Producción agrícola y ganadera al borde de la quiebra. Precios por las nubes y un paraíso para los especulado­res. Es la trágica imagen de una ciudad sitiada por pueblos vecinos, como nunca antes ha estado en su historia. (O)

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