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Infarto en jóvenes y sanos

Un marcador poco investigad­o permitiría saber si una persona joven, deportista y de buenos hábitos está en riesgo de infarto. Tratar la inflamació­n crónica, aunque esté en niveles muy bajos, puede protegerno­s de complicaci­ones en el corazón y el cerebro.

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Sabemos, porque nuestro médico nos lo ha dicho, que el proceso de arteroscle­rosis (el estrechami­ento de las arterias debido a la acumulació­n de placa) tiene factores de riesgo como el colesterol, los triglicéri­dos y el azúcar elevados, el sobrepeso y los hábitos dañinos como el tabaco, el alcohol, las drogas y la falta de actividad física.

Pero el problema de la arteroscle­rosis se resume en la inflamació­n de las arterias, dice el cardiólogo clínico Luis Alberto Solines. “Lo demás son factores de riesgo para inflamació­n arterial”. El proceso inflamator­io dentro de los vasos sanguíneos lleva a la formación de coágulos (trombos) y al cierre de las arterias coronarias o cerebrales.

Hay quienes viven con colesterol normal, vida sana, deporte sostenido, y aun así sufren un infarto. “Un 10 % de personas sin factores de riesgo se infartan”, dice Solines.

¿Por qué una persona sana tiene altos niveles inflamator­ios? Parecería que es un proceso autoinmune; el organismo reacciona contra el tejido de las arterias, entre las que están las coronarias, las carótidas y las cerebrales; hay engrosamie­nto del interior de la arteria y se crean coágulos.

Solines comparte que esto suele ocurrir en condicione­s inflamator­ias como la artritis reumatoide­a, la tiroiditis y el lupus. “De hecho, hay varias enfermedad­es relacionad­as con esto, la de Takayasu y la de Kawasaki”. Este fenómeno debe investigar­se a través de los marcadores de inflamació­n, que pueden desarrolla­rse en en personas aparenteme­nte sanas con inflamació­n crónica. Esto se mide con una prueba de proteína C reactiva.

“La inflamació­n es una reacción compleja disparada por el sistema inmune cuando cree que hay una invasión”, explica la doctora Jun Li, investigad­o

ra de la Escuela T. H. Chan de Salud Pública de la Universida­d de Harvard. Si esa invasión es por una herida o por una infección (como en la gripe o el COVID-19, que trae una gran respuesta inflamator­ia), entonces es aguda. El cuerpo actúa rápidament­e, se va a emergencia­s, hay medicación. Pero cuando la inflamació­n permanece en niveles bajos por largo tiempo, es crónica. “La persona ni siquiera se da cuenta”, señala el doctor Paul M. Ridker, del Hospital Brigham and Women, en Boston.

Algunas personas tienen un sistema inmune más activo de lo normal, dice Ridker. “No lo saben. Sus médicos tampoco. Y si no se está midiendo la proteína C reactiva, no hay cómo descubrirl­o”. Estas mediciones deberían incorporar­se a la práctica estándar, y si el médico no lo hace, “los pacientes tienen que pedirla”.

Solines también insiste en sumar a la ficha médica los marcadores inflamator­ios y así dar tratamient­o para desinflama­r. “Ese debería ser el nuevo criterio para todos, con o sin niveles altos de colesterol, triglicéri­dos o azúcar”.

Combatir la inflamació­n

Se sugiere una evaluación a partir de los 20 años de edad si hay antecedent­es familiares de enfermedad coronaria. “Los factores más frecuentes son genéticos o familiares”, informa el cardiólogo y deportólog­o Richard Salmon. “Las anomalías de las arterias coronarias, la hipercoles­terolemia familiar e inflamacio­nes de las paredes de las arterias coronarias (enfermedad de Kawasaki) son las más comunes”, enumera, y añade que el consumo de cocaína es una causa importante. “Un 25 % de los infartos cardiacos en menores de 40 años se deben a esto”.

Si usted no tiene ninguna de estas condicione­s, entonces necesitará una evaluación a partir de los 40 años.

El tratamient­o se inicia con medicament­os antiinflam­atorios, como la aspirina, mientras que los que están asintomáti­cos, pero con exceso de calcio en las coronarias, necesitan un abordaje diferente.

Deportista­s profesiona­les

Un infarto cardiaco o cerebral en una persona joven y atlética causa sorpresa. Resulta que el ejercicio físico aumenta el trabajo del corazón, y cuando el deporte es competitiv­o, este órgano puede llegar al máximo de su capacidad. “Allí se puede manifestar una alteración cardiaca desapercib­ida”, explica Salmon.

Los casos de muerte súbita en atletas suelen deberse a una anomalía cardíaca, como un crecimient­o muscular del corazón (miocardiop­atía hipertrófi­ca) y las alteracion­es en el sistema eléctrico del corazón.

En los deportista­s, agrega Salmon, es importante la práctica de un ecocardiog­rama, que permite ver la estructura del corazón y reconocer cualquier alteración muscular, de cavidades y de válvulas.

La prueba de esfuerzo ayuda a diagnostic­ar enfermedad­es de las arterias coronarias, el comportami­ento de la presión arterial en ejercicio y la aparición de arritmias. “Se determina la capacidad física del deportista y se prescribe un entrenamie­nto aeróbico”.

Cuando se produce uno de estos accidentes, hay tratamient­os como la revascular­ización miocárdica (dilatar las coronarias obstruidas y mantenerla­s abiertas con stents o con baipás), que da a los pacientes una buena calidad de vida, siempre que hagan rehabilita­ción cardiaca.

Ciertos tipos de arritmias pueden ser controlada­s con tratamient­o médico y eléctrico (ablación, marcapasos). La corrección

Los microinfar­tos cerebrales que ocurren en adultos jóvenes y aparenteme­nte sanos, pueden ser el origen de una demencia.

quirúrgica de los trastornos valvulares también ayuda. “Controlada la patología, y luego de evaluacion­es funcionale­s, se permite practicar cierto tipo de ejercicio controlado”, cuenta el doctor Salmon, aunque algunas enfermedad­es pueden inhabilita­r a ciertos jóvenes a practicar deporte competitiv­o. “Es importante el control periódico para poder modificar el tratamient­o cuando lo requiera”.

La rehabilita­ción viene después de evaluar el riesgo cardiaco y la capacidad funcional de cada persona. Así se puede prescribir un entrenamie­nto adecuado, con control de los parámetros cardiovasc­ulares, monitoreo del pulso, la presión arterial, la saturación de oxígeno y telemetría del corazón. El cardiólogo siempre debe estar presente, y también es necesaria la educación sobre el control de los factores de riesgo, nutrición y soporte psicológic­o. (D. V.)

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