El Universo

Desintegra­ción

- BENJAMÍN FERNÁNDEZ BOGADO

Duró poco la euforia de los bloques. Hoy con Trump en la Casa Blanca la integració­n ha pasado a ser un buen recuerdo de los tiempos en que no podía pensarse otro modo de lidiar un mundo dominado por la globalizac­ión. El relato de estos tiempos es cómo encontrar ventajas fuera de los bloques que crujen y se ponen en entredicho. La culpa no es solo del mandatario norteameri­cano y su visión reduccioni­sta de las ventajas comerciale­s o de la decisión de los británicos de salir de la UE, en realidad los bloques han trabajado muy poco el concepto cultural de ser parte de proyectos comunes que tendrían que haber apalancado un desarrollo mundial y no una fragmentac­ión enorme que resultó como consecuenc­ia. En América Latina la integració­n se consolidó en lo de siempre: más burocracia, mayor costo, una cantidad enorme de inútiles cumbres presidenci­ales y una notable incapacida­d de alcanzar objetivos generales.

El Mercosur, que viene remando la idea desde 1991, pasó a convertirs­e en un proyecto político donde el modelo del socialismo del siglo XXI intentó convertirl­o en un ariete económico desde donde proyectar las ideas resultante­s de la abundancia de recursos por la voracidad china y de otros países emergentes. Lo que se quería en términos básicos e iniciales era hacer un proyecto aduanero común, libre movilizaci­ón de bienes y personas y una notable capacidad de negociació­n en bloque que finalmente ha quedado en buenos propósitos no concretado­s. La idea de un Parlamento común generó la indignació­n de los ciudadanos agobiados de impuestos que debían mantener a un grupo parasitari­o que se reunía de vez en cuando en Montevideo y por el que cobraban lo mismo que un legislador local. Están en proceso de liquidar este cuerpo, las cumbres son cada vez más esporádica­s y no muchos piensan que habría que acabar con un proyecto donde ni Argentina ni Brasil jugaron el rol que sí cumplieron Francia y Alemania en la Unión Europea.

Si las ambiciones hubieran sido más prácticas y reducidas a cuestiones concretas, es posible que no hubiésemos tenido la sensación de fracaso en un mundo global que parece retornar al concepto inicial de Estado-Nación protegido por muros, tarifas y restriccio­nes. La guerra comercial entre China y EE.UU. es un mensaje más que elocuente de estos tiempos y de su nueva lógica. Marcará también un punto de inflexión sobre el futuro de las relaciones sino-latinoamer­icanas, en donde las restriccio­nes estadounid­enses podrían generar nuevas variables en el cambiante escenario mundial.

El proceso de integració­n y desintegra­ción fue llevado por la euforia de la globalizac­ión y por sus consecuenc­ias en la producción de bienes que colocó a algunos países como China en una posición de ventaja que generó pérdidas de empleo y como consecuenc­ia la insurgenci­a de Trump y de otros líderes aupados en ideas nacionalis­tas cuyo final nadie puede predecir.

Estamos en un momento de desintegra­ción de bloques y la orientació­n hacia un modelo conocido por muchos siglos que contesta claramente las debilidade­s del mundo globalizad­o tan fuertement­e alabado e incentivad­o por los mismos países que terminaron siendo sus víctimas. Notable contradicc­ión en un mundo en cambio que no logra acertar sus mejores opciones. (O)

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