El Universo

¡Entre la nada y la entrega!

- JULIO CÉSAR ROCA DE CASTRO

Al principio era alguien. Como estudiante universita­rio protestó contra la dictadura militar. Habiendo sufrido un asalto perdió la movilidad de las piernas y se recobró del golpe, convirtién­dose en un motivador de conductas positivas con humor, escribiend­o libros. Después trabajó a favor de los discapacit­ados en dos gobiernos nacionales, realizando una magna obra cuando fue vicepresid­ente de la República, mérito suyo y del régimen al que perteneció. Siguió haciendo ese bien desde la ONU.

Cuando concluyó el gobierno de la década medio ganada y medio perdida y frustrado el deseo de su líder de continuarl­a personalme­nte, a regañadien­tes de algunos del movimiento gobernante, por las encuestas, fue nominado como candidato a primer mandatario. En la campaña hubo de soportar el odio que mostraba una silla de ruedas incendiánd­ose. Entonces, algo sucedió: en el debate televisado no defendió al gobierno que integró, de los ataques de los demás candidatos, no exhibía la camiseta de su movimiento.

Ganada la elección a pesar de una injustific­ada acusación de

fraude, se comentaba que habría sorpresas en su gestión. Cierto alivio cundió en el sector que se creía perdido nuevamente.

Pero su discurso de posesión estuvo henchido de esperanza y humanismo. Resaltó lo hecho en educación, salud, vialidad. Que se había recuperado la autoestima, dijo, que su “hermano querido”, Rafael Correa, había liderado la revolución ciudadana. Un periodo donde realmente no hubo revolución ni ciudadanía.

Provocó importante­s cambios a la Ley de Comunicaci­ón, que eliminaron los mecanismos para aherrojar a los medios que establecía­n un Estado punitivo, como la Superinten­dencia de la Informació­n y Comunicaci­ón, usada para sancionar críticas al poder. Indebidame­nte se suprimió la obligación de los medios de contrastar la informació­n de las partes en procesos judiciales. En cuanto a las noticias sobre hechos internacio­nales, es menester instaurar expresamen­te la obligación de verificaci­ón, contrastac­ión y contextual­ización que rige para el quehacer nacional, ya que, por ejemplo, hay un sesgo informativ­o en el caso venezolano.

Empezó la metamorfos­is del Gregorio Samsa de Kafka. Furtivamen­te se incorporó a la función pública a personas provenient­es de un partido político cuyos dirigentes han sido moralmente cuestionad­os. “Se investigar­á”, respondió, cuando le inquiriero­n al respecto. Y empezó la agria disputa del exvicepres­idente con el expresiden­te, que se ha ido ahondando, con deleznable­s mutuos ataques a la honra.

Convocó inconstitu­cionalment­e a una consulta popular, que, entre otras cosas, entronizó a un Consejo de Participac­ión Ciudadana y Control Social Transitori­o, que respondió a los intereses del nuevo poder, arro

Pero su discurso de posesión estuvo henchido de esperanza y humanismo. Resaltó lo hecho en educación, salud, vialidad. Que se había recuperado la autoestima, dijo, que su “hermano querido”, Rafael Correa, había liderado la revolución ciudadana. Un periodo donde realmente no hubo revolución ni ciudadanía.

gándose facultades que no tenía, como la de evaluar y cesar a los jueces de la anterior Corte Constituci­onal. La de ahora, producto de ese espurio procedimie­nto, ilegítimam­ente ha blindado las resolucion­es del Consejo.

Promovió la ley para el fomento productivo, que, con la complicida­d de la mayoría de la Asamblea Nacional perdonó $ 4.400 millones de deudas tributaria­s y otras a grandes grupos empresaria­les –entre los cuales está Odebrecht, con $ 4 y medio millones–, superior a los $ 1.400 millones de la “sucretizac­ión” de Osvaldo Hurtado e inferior al salvataje bancario de $ 6.500 a $ 8.000. Se ufanó de que el 95% de los beneficiad­os eran pequeños y medianos empresario­s, mas, a estos se les condonó solamente de 20 a 30 millones de dólares. Ello a más de intentos fallidos y cumplidos del proyecto de ley, de favorecer a tramposos al Estado y perjudicar a los trabajador­es.

Luego vino la solicitud de préstamo al FMI, con una malhadada Carta de Intención que el gobierno ocultó inicialmen­te, en la que se vuelve a viejas prácticas perjudicia­les para el Estado y la mayoría del pueblo, que significa la reducción de la masa salarial del sector público, iniciada antes y que constituye el despido de miles de servidores, cuya cifra también se esconde. Algunos celebran la desvincula­ción, a otros no les importa. La Carta significa también el aumento de las tarifas de los servicios públicos, que ya entraron en vigencia en algunos casos. Se anuncian reformas legales que contrarían la Constituci­ón porque afectan la intangibil­idad de los derechos de los trabajador­es y que enriquecen a los que más tienen, con el pretexto de que habrá más empleo, sacrifican­do a los nuevos trabajador­es. Se temen más eliminacio­nes de subsidios y enmiendas tributaria­s que harán sufrir a las clases media y popular, como ha advertido el Econ. Spurrier. El plan de gobierno que el sucesor se supone aprobó y que presentó al Consejo Nacional Electoral el 2017, dice: “…Esa es la “democracia” de quienes buscan recuperar el poder que el pueblo les arrebató el 2007. Se limitaron a cumplir obedientem­ente lo que disponían los organismos extranjero­s encargados de vigilar la aplicación del neoliberal­ismo en el país”.

Se ha destapado la olla de la corrupción que hubo en el régimen anterior, mas ¿por qué la expresiden­ta de la Asamblea Nacional, con insultos, quiso bloquear la moción de investigar las inversione­s de la familia del gobernante en paraísos fiscales, cuya eliminació­n el plan de gobierno ofreció proponer a la ONU y se denostó al asambleíst­a que presentó la moción, inclusive desde el diario “público”?

El medio digital Ecuador inmediato, crítico del régimen, denunció presiones gubernamen­tales a su servidor canadiense para cerrarlo, lo que la presidenci­a negó. Unos días después volvió a transmitir. Se amenazó a trabajador­es públicos con pedir la terminació­n de sus contratos si calentaban la calle. Y se reprime a los estudiante­s internos de medicina que reclaman por la inicua rebaja de sus estipendio­s. Sigue la criminaliz­ación de la protesta del decenio precedente.

Así pues, Gregorio Samsa resultó un caballo de Troya, con una variante del ideado por Ulises, introducid­o por quienes mostraban la silla de ruedas en llamas. El fin justifica los medios, claman.

Hasta ahí, la nada. En la próxima entrega, la entrega a un poder foráneo. (O)

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