El Universo

Frente al teclado

- MIGUEL MOLINA DÍAZ

Bolaño decía que después de la muerte de la crítica y de los lectores, que es incluso posterior a la muerte de los escritores, la obra camina sola en la inmensidad del cosmos hasta que un día ella también muere, como mueren todas las cosas, “como se extinguirá el Sol y la Tierra, el Sistema Solar y la Galaxia y la más recóndita memoria de los hombres”. Es indudable que en el accidental y efímero hecho de existir los humanos nos inventamos las lenguas para habitarlas. Y como ha sucedido ya con las de los tantos imperios, un día morirán todas las lenguas.

Todos escribimos, lo queramos o no, contra reloj. La corta vida de nuestros textos, y la aún más corta vida nuestra, solo ratifican que al final no quedará nada. Habrá un susurro, un gemido, un extraño ruido final. “This is the way the world ends”, pensaba T.S. Eliot, “not with a

bang but a whimper”.

Desde las antiguas Jarchas que ilusionaba­n a Federico García Lorca, la lectura en castellano ha resultado una habitación: esos instantes en que, gracias a las palabras, somos consciente­s de que pertenecem­os a un mundo. El inmenso cosmos que es la lengua y sus fascinante­s y diversas formas a lo largo y ancho del planeta es manifestac­ión de algo vivo. En tiempos de (pos)decoloniza­ción, es inevitable reconocer que el castellano está más vivo que nunca, precisamen­te por la imbricació­n de vida que recibe en cada uno de los parajes geográfico­s y culturales en donde esta lengua es hablada.

Muy en el fondo, escribo –incluso estas columnas de opinión– desde el delirio que me causan ciertas imágenes que guardo muy adentro, en mis primeras palabras y recuerdos, en esa primera aproximaci­ón a mi lengua que como las Jarchas y

Todos escribimos, lo queramos o no, contra reloj. La corta vida de nuestros textos, y la aún más corta vida nuestra, solo ratifican que al final no quedará nada. Habrá un susurro, un gemido, un extraño ruido final. “This is the way the world ends”, pensaba T.S. Eliot, “not with a bang but a whimper”.

las Kennigar fueron balbuceos mezclados con ruido y baba en mi boca; también en el San Pedro que tomé hace unos pocos años y que me llevó a viajar hacia esas voces que alguna vez escuché en el vientre materno y también por esas primeras escenas de mi niñez en Quito, escoltado felizmente por la cordillera Andina y la música de mis padres y abuelos. Estoy convencido de que esas primeras palabras y esos primeros momentos son en realidad las únicas imágenes ciertas que tengo. Y escribo, quizá, para evocar una fuerza y una emoción que ya son irrecupera­bles.

Nueva York me ha enseñado a meditar sobre mi escritura y a reconocer que me interesa menos escribir que vivir. Espero que lo poco que escriba sea sincero y significat­ivo para mí; que esto que escribo lo vea como un aporte en mi existencia y no solo ruido y repetición de lo que ya conozco. Me dedico a la escritura en castellano sin ánimo de hacer daño o hacerme daño, escribo desde la alegría de vivir y habitar esta lengua. No me interesa el infierno ni la autodestru­cción. Mi escritura, también aquí, viaja hacia las imágenes que me sobrecogen: la bruma los Andes, la nieve en el Cotopaxi, el sol sobre la Sierra y el Pacífico. (O)

Newspapers in Spanish

Newspapers from Ecuador