La leyenda de La Cortina de Hierro y otros temas
En líneas defensivas La Cortina de Hierro no tiene comparación alguna. Hoy Alfonso Quijano, Vicente Lecaro, Luciano Macías y Miguel Bustamante están eternizados en bronce, pero ya estaban instalados en ese olimpo inmortal que es la memoria sin olvidos del
Acostumbrados como estamos a denostar a la historia como un sueño de líricos y a descalificar lo que otros hicieron en otro tiempo, es gratificante que Barcelona haya decidido honrar el recuerdo de cuatro grandes jugadores que marcaron una época que no ha podido ser igualada por calidad, honradez profesional y amor a la divisa, esa frase de la cual se burlan como un rezago que añoran los ‘ilusos’. Así suelen llamarnos a quienes nos empeñamos en mantener viva la memoria y el ejemplo de ciclos deportivos imposibles de olvidar.
Los emelecistas guardan para siempre aquellos periodos triunfales del Ballet Azul: el de 1954, que edificó el entrenador chileno Renato Panay; y el de 1962, que pertenece al maestro Fernando Paternoster, creador de aquella delantera de Los Cinco Reyes Magos: Balseca, Bolaños, Raffo, Raymondi y el Pibe Ortega, en la que también participaron Galo Pulido, Manuel Chamo Flores, Horacio Reymundo y Clemente de la Torre.
Para los seguidores oro y grana la grandeza empezaron a escribirla los que en 1947 cambiaron la óptica del equipo que mezcló algunas victorias y muchas derrotas hasta llevarlo a transformarse en el ídolo del país. En ese templo de la nostalgia están Enrique Romo, Jorge Delgado, Juan Benítez, Carlos Pibe Sánchez, Fausto Montalván (el gran capitán de la idolatría), Jorge Cantos, Galo Papa Chola Solís, Manuel Valle, Héctor Ricaurte, Luis Ordóñez, Manuel Nivela. Ellos fueron los vencedores del mundialmente famoso Millonarios en 1949 y 1952. Por el barrio del Astillero, a veces, algún noctámbulo de reiterada bohemia –cuentan– suele apurar el paso gritando “¡Aquí nació El Quinteto de Oro; aquí estaba La Modelo!”, aludiendo al Centro Escolar 9 de Octubre.
¿Saben los dirigentes de Barcelona, el periodismo negador de la historia y los aficionados que están convencidos de que los jugadores de hoy son los grandes, qué es esto del Quinteto de Oro? Una noche de larga charla, en la ya desaparecida Parrillada Spencer, de nuestro amigo Enrique López Dáger (+), el célebre Jorge Mocho Rodríguez zanjó la postura orgullosa de un exfutbolista eléctrico que sostenía que nunca podría igualarse a la delantera de los Reyes Magos. El siempre ocurrente Mocho –esta vez muy serio– se puso de pie y en tono desafiante replicó: “¡Ustedes fueron después de nosotros, porque en mi tiempo tuvimos al mejor ataque de la historia, El Quinteto de Oro: José Jiménez- y después yo, aclaróEnrique Cantos, Sigifredo Chuchuca, José Pelusa Vargas y Guido Andrade, los vencedores de Millonarios!”.
Ambos tenían razón. Fueron dos artillerías que combinaron clase, elegancia y eficacia. A ellas puede agregarse la del hoy olvidado equipo de Los Caciques del General Córdoba y de la selección de Guayaquil: Nicolás Gato Álvarez, Ramón Manco Unamuno, Carlos Muñoz, Kento Muñoz, Carlos Muñoz y Enrique Rodrigo. Fueron inderrotables entre 1928 y 1930 y en una disputa del Escudo Cambrian marcaron 24 goles en tres partidos.
En líneas defensivas La Cortina de Hierro no tiene comparación alguna, pero la historia de nuestro fútbol guarda la huella de grandes jugadores. Cuando se plantaban dos zagueros centrales, en la terrosa cancha del Campo Deportivo Municipal, luego llamado estadio Guayaquil, entre 1924 y 1930, lucía la fiereza de Efraín Pantera Blanca Llona y la técnica exquisita de Luis Cabeza Mágica Garzón. A diferencia de quien lo sucedió en el sobrenombre –Alberto Spencer– Garzón no hacía goles, los impedía al elevarse en su área, dominar el balón con la testa y salir hasta el medio campo haciendo malabares para entregarlo a un compañero. Con los dos ganó Guayaquil el Cambrian entre 1923 y 1931 y fueron artífices de las victorias ante el Arturo Prat, de Chile, que fue el primer equipo extranjero que llegó a nuestra ciudad en 1926.
En 1931, en la Liga Deportiva Estudiantil nació una pareja de zagueros muy jovencitos: Porfirio Suárez y Luis Chocolatín Hungría, artífices de los triunfos ante los chilenos del Juvenil Esparta. En 1934 ya estaban en el Panamá y se fueron con los panamitos a una gira a Colombia que duró cinco meses. La prensa de ese país los llamó La Muralla China.
Pasaron muchos años y grandes defensores, pero en 1963 empezó a formarse la que sería una cuarteta memorable. En Barcelona ya estaban Vicente Ministro Lecaro y Luciano Macías. Este, nacido en Ancón, llegó al equipo torero como juvenil desde 1951. Era jugador de la Juan Díaz Salem, una liga de novatos por donde pasaron grandes futbolistas, con los equipos Argentina y Temerario. De allí lo llevó a Barcelona un prócer del Astillero llamado Rigoberto Pan de Dulce Aguirre. En 1953 apareció en primera y desde entonces, hasta 1971, nunca dejó el puesto de marcador y más tarde capitán de la escuadra oro y grana y de la selección nacional. Marcador implacable también fueron sus virtudes su clase y su coraje. Jugó nada menos que 357 partidos con la blusa canaria y ganó nueve títulos en Asoguayas y el campeonato nacional
Lecaro llenó la vista de quienes lo vimos jugar en la reserva de Barcelona aquella tarde de 1957 en que marcó al potente Horacio Tanque Romero, en un preliminar del choque entre los del Astillero y Bangú de Brasil, capitaneado por el inmenso Zizinho. La debacle del primer equipo provocó la salida del Pibe Sánchez y la entrada a la titularidad del espigado y fortachón defensa central. Y su ingreso a la leyenda de mejor en su puesto para eternas memorias. Su juego aéreo y su marcaje eran perfectos, impasables y con una salida de gran fineza. Fue recomendado por Spencer a Peñarol para reemplazar al veterano William Martínez, pero Barcelona le negó la oportunidad de brillar en el extranjero. Jugó 329 partidos en el Ídolo y fue campeón siete veces.
De la selección de Guayaquil, cuando en la Federación Deportiva del Guayas se jugaba fútbol, salió Alfonso Quijano. Llegó a Barcelona a mediados de 1962 y se ganó rápido el puesto de titular. La bola o el hombre, nunca los dos, fue su filosofía. Provocaba recelo en los aleros zurdos, pues era impiadoso en la marca, pero tenía grandes recursos técnicos y subía con justeza a apoyar a sus delanteros. Ganó 6 coronas con su equipo.
El último en llegar, a mediados de 1963, fue Miguel Cortijo Bustamante, ya famoso en las filas del Deportivo King, el equipo de la familia Martillo en el barrio Cuba. Fue seleccionado de Guayas en filas amateur y allí lo vio Justo Nieto Iturralde, preparador físico y scout del Patria en 1958. Llegó como puntero zurdo, pero el argentino Gregorio Esperón, y luego Fausto Montalván, sus directores técnicos, lo pasaron de volante y terminó como marcador de punta.
El adiestrador uruguayo José María Chema Rodríguez fue el arquitecto de La Cortina de Hierro al pasar a Luciano Macías de cuarto zaguero. Fue la formación perfecta que llegó a la selección nacional en 1965, año aciago porque nos robaron la clasificación a la Copa del Mundo de Inglaterra 1966.
Hoy están eternizados en bronce, pero antes ya estaban instalados en ese olimpo inmortal que es la memoria sin olvidos del pueblo. ¿Llegará a tener Barcelona otra línea defensiva de esta factura? Difícil en los tiempos que corren.
Ya lo dijo el escritor inglés Thomas Stearns Elliot: “Los hombres aprenden poco de la experiencia de los otros. Pero en la vida, nunca vuelve el mismo tiempo”.
Que Barcelona honrara el recuerdo de cuatro grandes jugadores que marcaron una época que no ha sido igualada por calidad, honradez profesional y amor a la divisa es gratificante.